
¿Qué es para ti una biblioteca? Seguro que has pensado en la librería de tu salón y/o en el edificio de tu barrio donde has acudido para adquirir en préstamos alguna novela o escuchar la presentación de algún libro. Quizás estés vinculada a la universidad y conozcas los espacios bibliotecarios como CRAI (Centros de Recursos, Aprendizaje e Investigación). O quizás te invada la nostalgia y pienses en los grandes mitos del gremio como la de Alejandría.
Aunque son muchos los lugares comunes en relación a las bibliotecas así como los tratados que se han interesado por este toc de la especie humana, siempre surgen nuevos puntos de vista, enriquecedores como el caso de el ensayo recientemente publicado en Capitan Swing: Bibliotecas. Una historia frágil, por Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen. A pesar del rigor histórico y la excelente base documental, no es para nada una lectura farragosa al estilo frecuente en la academia.
Y es que la idea contemporánea de edificio que alberga una biblioteca, como dice el subtítulo, es una historia frágil. Desde que Irene Vallejo publicara su best-seller El infinito en un junco, pocos se atreven a nombrar el artefacto-libro o sus conceptos relacionado como elementos débiles o en peligro de extinción dentro de la Historia de la Humanidad (con doble H mayúscula). Frágil en este subtítulo se refiere a que solo hace unos pocos lustros que la civilización parece reconocer el sentido de la conservación documental, el préstamo bibliotecario o la alfabetización informacional como suele llamarse en la actualidad.


Las bibliotecas han sido territorio de hombres poderosos, o al menos esos son los nombres que mejor ha conservado esta reduccionista historia patriarcal. En cualquier caso, podrías pensar que es un derecho que han garantizado los estados para democratizar el acceso al conocimiento. Craso error. El libro es desde el principio un dispositivo de poder, disciplinario o liberador, depende de quién sea el propietario, de quién lo edite como se ve tan bien en este ensayo, de cómo se distribuya o de cuáles sean las políticas de uso. Un libro puede liberar a un pueblo del yugo opresor de un estado totalitario generando ficciones que se conviertan en sueños que transformen la realidad y vuelvan a la espera, esperanza. Pero un libro también puede ser usado como texto sagrado que “justifique” para algunas morales deleznables el maltrato, tortura o incluso asesinato de seres humanos.
La belleza de Bibliotecas. Una historia frágil está en esa mirada curiosa y fresca de los autores, pero también en las imágenes que acompañan al texto. Desde un retrato de Erasmo hasta un grabado de las primeras bibliotecas que ordenaron el fondo en estanterías, facilitando tanto la consulta de los documentos como la exhibición del poder del noble de turno. Ahora que la que destaca en este momento es su uso del adjetivo frágil. Este no pretende transmitir una idea de vulnerabilidad, más bien al contrario. Frágil como ese junco que resiste al fuerte viento con su flexibilidad y su capacidad de adaptación. Frágil pues ha servido a distintas obsesiones coleccionistas conformando la función social, política o religiosa, desde distintos lugares: monasterios, casas de campo o universidades como Oxford.
Precisamente esta fragilidad tiene que ver con una noción de rabiosa actualidad, que dirían en los medios de comunicación, a saber, las bibliotecas como espacios afectivos y como lugares de refugios. Ahora que me encuentro en un proceso selectivo para trabajar como bibliotecaria puedo afirmar que ya no es nada fácil definir las funciones de esta categoría profesional. Ni siquiera puedo hablar con Ortega de la Misión del bibliotecario, texto suyo que antaño tanto me emocionó.
Desde luego quienes somos llamadas por la vocación textual, quienes trabajamos para despertar y alimentar la pasión lectora en los corazones humanos, creemos en las bibliotecas como un lugar de ternura, de cuidados, donde se protegen las relaciones humanas y que acoge las necesidades sociales de aquellas personas usuarias que no han encontrado en otras instituciones su lugar.
Pero volviendo a Bibliotecas. Una historia frágil sí que me gustaría concluir la reseña con algunas de las curiosidades que he ido señalando en su lectura, hasta llenar el margen con los maravillosos post-it que descubrimos en el club de lectura gracias a Miriam:
“Los coleccionistas más eruditos copiaron ellos mismos muchos de los libros que se podían encontrar en sus bibliotecas. De Nicolli, en concreto, era conocido por su innovadora caligrafía humanística, que más tarde inspiraría el diseño de la tipografía cursiva” (p. 87).
“Tritemio no argumentaba que la imprenta fuera negativa, sino que la actividad de los amanuenses era positiva y reverencial. Lo que escribimos se imprime con mayor fuerza en nuestra mente” (p. 122).
“La biblioteca ocupaba dos salas, que sólo eran accesibles desde la habitación en la que estaba instalado el museo, que se había apropiado de la principal sala de la casa destinada a las visitas; el papel de la biblioteca era ofrecer un santuario privado para las visitas en una casa que se había convertido en una exposición pública” (p. 181).
“La clave del éxito de la biblioteca pública, algo que muchos fundadores de bibliotecas no consiguieron comprender, era poner a disposición de los usuarios libros que realmente quisieran leer” (p. 259)
“Las bibliotecas y los libros fomentan la reflexión. No podemos delegar la carga completa de devolver el equilibrio a nuestras vidas a sesiones y grupos terapéuticos. Un libro supone un ejercicio individual de atención plena” (p. 526).

