¿Ahora una reseña sobre el último de Harry Potter? Vamos, sobre la continuación de los siete libros de la saga….¿en serio? ¿Ahora que han pasado cuatro meses? Pero si ya está todo dicho!!!
Probablemente, ni sea la lectora más friki de este personaje ni aporte mucho contenido original tanto para el que lo ha leído como para el que no. Sin embargo, aún recuerdo los días en que estaba preparando la oposición para ser bibliotecaria en Madrid. Una opción que vinculaba mi pasión por los libros y la lectura con un salario y un medio de vida. Pero es tan sórdido el mundo del opositor: estudiando -bueno, memorizando- contenidos estructurados de una manera inaccesible para ser reproducidos -bueno, vomitados- en una suerte de evaluación irracional, compitiendo con un número desproporcionado de sufridos opositores, para pocas -ridículas, en muchos casos- plazas.
Y, a pesar de eso, la lógica del opositor es “seguir y seguir”, no dejar de estudiar ningún día, no perder el ritmo, etc, etc. Y.. ¿qué queréis que os diga? Como a tantxs otrxs a mí se me hacía insoportable. Y en mis paseos por la biblioteca Miguel Hernández del Pueblo Vallekas en la que estudiaba, descubrí la historia de un mago que no pude dejar.
Había oído hablar de la saga. ¿Quién no? Y me resistía a adentrarme en ella porque, por regla general, evito leer best-seller (es un criterio como otro cualquiera para elegir entre los millones de libros publicados y que se siguen produciendo a diario). Nunca sabré qué hubiera pasado si fuera en otro momento existencial en el que hubiera empezado a leer, pero allá por el 2003 para mí fue la salvación.
Precisamente porque la forma en que estudiaban en Hogwarts, los contenidos, las evaluaciones, la relación con la práctica, todo tenía coherencia y sentido. Eso que ha aparecido tangencialmente en las películas, y no digamos en la lectura que nos ocupa (Harry Potter y el legado maldito) era lo más apasionante para mi mente opositora.
No solo se trataba de estudiar magia o de poder entrenar los poderes -que obviamente también molaba- no, era esa Hermione empollona y ese triángulo formado por los protagonistas, con sus secundarios, en su relación con la academia. El diverso y complementario elenco de profesorxs y la verdadera diversidad de materias.
El hecho de que se tratara de un internado, en ningún momento lo vi como algo desagradable o inadecuado para los peques, aunque ahora como madre me horrorice la idea de llevar a mis hijxs a un sitio así. Ni siquiera esas estrategias conductistas de premio y castigo, o ese paternalismo patriarcal del que Dumbledore es la bandera.
Ya digo, seguramente influida por el respiro que supuso para mi mente opositora, los siete libros de la saga original los leí con tanta ilusión, pasión y adicción, que desde el quinto los leía en inglés para no tener que esperar a la publicación en castellano.
Como le pasaría a tantos lectores, no te digo a los fan, nos acercaríamos al vendido como el “octavo” libro de la saga como la continuación, no solo del contenido argumental narrativo principal, sino deseando encontrar esa placentera sensación que otorgan las historias “bien contadas”.
Tremenda decepción. No soy la única -no es un post muy subversivo- que aunque se temía lo peor viendo que la escritora no era J.K Rowling, sino que se había limitado a revisar (y cobrar) lo escrito por otros “que no pueden ni deben ser nombrados”, padeció las largas páginas de este guión teatral.
En este blog hay y habrá pocas lecturas demoledoras en el peor sentido como esta, porque en casi todos los libros que he leído (y que no he dejado llegada la página 100) hay algo que rescatar. Incluso, si me fuerzas, un ejemplo de cómo no hacer las cosas. Pero es que en este caso la tibieza es el problema, la mediocridad es la palabra exacta.
Las críticas que he visto o leído hasta ahora se centran en los errores tanto estructurales, como narrativos, de calidad, es decir, de falta de la misma, o de incongruencia con la saga principal.
Esta crítica quería centrarse en el sistema educativo, en la representación de las relaciones del alumnado con las clases y entre ellxs. Y simplemente, básicamente, en una sola idea: no hay esa relación, no está narrada la vida en Hogwarts, en las clases, entre alumnado y profesorado, porque lo que importa es mostrar lo que hubieran querido ver los fan, con tomaduras de pelo constantes como esos abominables viajes en el tiempo o la hija de Voldemort.
Y, aquí cedo la palabra a Atta, que al fin y al cabo es su sección, porque lo que sigue no debería decirlo una librera que ejerce como tal.
Les daba igual. Estaban convencidos de que iban a vender miles de ejemplares contuviera lo que contuviera el libro. Igualmente que con el siguiente guión de “Animales fantásticos y dónde encontrarlos”, aunque esta vez, la gente ha aprendido la lección: cuando una historia es perfecta, está cerrada, ha sido proyectada y elaborada tal y como fueron los siete libros de la saga, no se debe continuar. El “colmillo” editorial no debería ser la guía de la literatura. Un escritor o escritora, que además ostenta la bandera de la ética, pues no abandonó a Salamandra porque fue la primera editorial en castellano, bla, bla, bla, debería negarse a escribir algo, o incluso peor, a que le escribieran algo, que comprometiese (o pisotease) la esencia de lo que estaba contando.
Un texto nunca esconde una sola lectura. Lo sabemos. Hermenéutica y blablabla y gua guau guau.
Pero el código del alfabeto tampoco puede esconder tantas patrañas, mentiras y panfletos patriarcales como lanza este “curse child”. Vayamos al cementerio de los textos asesinados.