En nuestra sociedad de consumo, apenas podemos imaginar nuestra vida sin estar rodeadas de “cosas”. Lo que pasa es que en realidad, más bien son “objetos”. Hago esta distinción porque éstos sólo son considerados, reconocidos, con entidad propia, en cuanto se relacionan con los sujetos. Adivina ¿quién? Efectivamente, las personas humanas.
¿Y por qué me cuentas este rollo filosófico en una reseña de una novela literario, incluso clasificada como gótica victoriana o thriller? Pues porque Los secretos de Heap Housees ante todo un tratado de filosofía primera, con bastantes ingredientes de crítica del capitalismo salvaje. Al menos así lo hemos leído algunas de las lectoras de la Hora de Té&Libros, al margen de lo que pretendiera Edward Carey, su autor.
“Ahora estoy muy pero que muy muerto, pensé, y aún así, pensé, y aún así, razoné, y aún así, comprendí: estoy pensando esto” (p. 188)

En este primer volumen de la Trilogía Iremonger conocemos a una parte de los personajes, vamos a decir “las personas”. Cada una de ellas, tanto las que viven en la mansión en las afueras de Londres rodeada de cúmulos de basura con vida propia, como las Iremonger sirvientas sin nombre propio, cada una de ellas, decía, tiene una cosa. Al nacer, la abuela matriarca se lo asigna.
Esta es una parte de Los secretos de Heap House pero hay muchos más. Los rincones de la casa están llenos de historias, de sofás que preguntan por alguien, de escaleras que suben a trasteros habitados por murciélagos y sus excrementos, de vitrinas con recuerdos de otros Iremonger y habitaciones que ocultan más secretos. Y también hay chimeneas, que limpia entre otras la protagonista, que era una huérfana de la ciudad que se resiste a olvidar su nombre propio. Y que es una guerrera maravillosa:
“¡Ya basta! -grité, porque vi que estaban dispuestos a seguir y no podía soportarlo. temblara y me estremecía de miedo, pero también de ira, y no tenía intención de dejar que continuasen machacándome ni un segundo más” (p. 206)
En fin, ya tengo preparada la segunda parte para leerla porque como te puedes imaginar, el guión no te deja indiferente y te lleva de una escena a otra, con un ritmo trepidante. Como el de nuestras vidas, llenas de “objetos”. ¿Te parece un argumento superficial? Podría ser leído así, como le ha pasado a otras lectoras del club. Incluso podrías llegar a sentir que no te engancha este cuento de cosas que dicen su nombre propio. Pero nada es lo que parece y debemos suspender el juicio rápido, rapidísimo con el que desechamos los inputs que nos llegan. Por cierto, que la teoría del desecho, en el arte contemporáneo, se basa en rescatar lo esencial desde lo que consideramos como prescindible.

“Lo siento, pensé, lo siento muchísimo. Por todo lo que estaba roto. Vosotros, objetos feos, ¿cómo habéis terminado así? ¿Quién os ha hecho esto? Siento que nadie se preocupe por vosotros. Lo siento. Pero yo no puedo cuidar de todos vosotros, no daría abasto. No puedo. Esa es la verdad.” (p. 246)
Los secretos de Heap House incluye además siniestras e interesantes ilustraciones de los personajes principales de cada capítulo. Alguna muestra está ya en la portada junto con esa imagen tan simbólica de nuestra casa aparentemente lujosa sobre una montaña de escombro y basura. Pero también hay evocadoras descripciones como: “Tenía los cabellos amarillentos y de aspecto algo inseguro como si aún no se hubieran decidido a ser pelos y pensaran que podían ser una nube, de metano, por ejemplo, pues eran tan finos que se podía ver el cráneo que había debajo” (p. 28).

Pero la cuestión central, el eje sobre el que se articula todo lo escrito en este primer volumen, es la identidad, la memoria y lo que hace que una persona sea considerada como tal. ¿De dónde viene tu identidad? ¿Por qué te defines y por qué quieres conocer la vida de los demás? “Estoy en tu historia -me dijo con un hilo de voz-. Formo parte de ella. Y pensar que estoy ahí, justo al final, es bonito pensarlo, ¿no? ¡Aparezco en una historia! ¡Yo!