Suelo trabajar como librera en la Feria del Libro de Granada para la editorial Blackie Books desde hace unos años, así que sí, sé que esta reseña llega tarde. O no, depende de cómo se mire. Pues igual ahora, que muchas ya la habéis leído puedo compartir mi lectura, amenazando desde YA con algunos spoilers.
La pregunta estrella de la feria de este año fue sobre esta mal llamada saga Blackwater (novela por entregas recoge mejor el proyecto editorial) y fue la que nunca debe ser pronunciada, como quien tú sabes: ¿de qué va? Aún así, claro, como librera me veo en la obligación -y el gusto- de responder, desde la empatía absoluta, of course, ante la avalancha de novedades, publicaciones y comunicaciones que reciben las lectoras durante todo el año, pero con mayor intensidad en los 10 días que dura la feria aquí.
¿De qué va Blackwater? La frase que mejor recepción tuvo fue: empieza con un pueblo inundado, tras una riada (volumen I) y en el hotel en ruinas aparece una mujer. Quien la rescata la lleva a su casa familiar. Y a partir de ahí pasan cosas. Creo que es una respuesta fiel al tono y al estilo de guión y suspense, con frases cortas, sin ser necesariamente sencillas ni simples, que enganchan desde la primera página. Enganchan de tal manera que no habrás podido dejar de leer hasta terminarla. Enganchan (atención spoiler) como si una mano monstruosa cogiera tu pie cuando estás nadando en el río y te llevara hasta el fondo.
Segunda pregunta: “¿pero es de miedo? No puedo con las novelas de miedo”. Mi respuesta: “en cada tomo hay un gran susto, pero no lo calificaría como novela de terror”. Debo reconocer que no es mi género, pues no controlo mi imaginación y, de hecho, aunque hace meses que leí los 6 volúmenes, sino temiendo que aparezca el niño desde el armario o que se acueste alguien frío en mi cama mientras duermo y me lleve con él. También temo que algún familiar que no me quiera bien me dé un jugo con las aguas turbias del Genil (porque del Perdido, estamos lejos).
Ahora que si reflexiono sobre qué era lo que no me dejaba dormirme y tenía que seguir leyendo hasta que mi yo responsable me golpeaba pensando en que al día siguiente no iba a saber hablar, no eran los geniales trucos narrativos y giros de guión. Debo confesar mi adoración a Elinor Caskey. No una adoración como lectora en tanto que personaje, que también, sino como la diosa marina ancestral que representa.
Francamente, estoy #harta de leer la historia repetida y simplificada del heteropatriarcado. Como Ennui (la emoción del aburrimiento de la segunda parte de Inside Out), no aguanto más su perspectiva de la humanidad como una serie de guerras donde el territorio y las propiedades estaban en disputa. Me aburre soberanamente volver a leer una y otra vez que los primeros textos de la humanidad era hojas de excel, contabilidad y cálculo. ¡Diosas! Eso no significa que Blackwater no hable del capital, vamos si empieza en Alabama en 1919 y recorre casi todo el siglo XX a través de las familias del pueblo de Perdido.
Sin embargo, Elinor, la diosa, es el centro. Sus juegos con las vidas humanas, insignificantes pero que despiertan su curiosidad, son los propios de la desmesura. Ella podría ser inmortal pero se enamora de un humano y pasa unas décadas con ellos, a veces aprendiendo, a veces impartiendo justicia a su sangrienta y a moral manera. No estoy de acuerdo en que pueda ser reducida a una “mujer mala”, ni siquiera a una “mujer libre”. Sencillamente, es una diosa, poderosa, fuerte, inteligente, brillante (ya he dicho que la adoro) y con una antagonista (al menos durante unas páginas) que dentro de su despreciable existencia, también llega a conmover, en algún retorcido sentido.
No me gustan las reseñas largas, ya nadie las lee enteras, yo misma no las suelo leer enteras. A menos que sean historias ellas mismas, a menos que quiera saber qué pasará al final, ¿cuál será el giro que cierre el círculo o que deje abierta la espiral narrativa en la que zambullirme? Así que no hablaré del éxito de las portadas y del formato, que con tan buen olfato editorial (léase comercial) han alcanzado las cumbres de los más vendidos.
Así que terminaré con el agua. Agua que es arjé y mar, principio y final, pues “nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir” (¿Conocería McDowell a Manrique?). Agua es el elemento asociado a la feminidad desde antes de la escritura. Agua es nuestro primer medio, antes del áereo, existimos en el agua del útero de nuestras madres, donde vivimos sin respirar. El acuático es un medio limítrofe, es el umbral, entre la vida y la muerte.
Por esta simbología y por las referencias tan bellas a lo largo de todo Blackwater he estado obsesionada con las presencias de agua, ya fueran en forma de ríos, estanques, mar o lluvia. He comprendido el significado y la potencia de la confluencia de dos ríos, el misterio de la pérdida de identidad, de nombre, de uno de los ríos que deviene el otro. Leído de otra manera, podría ser nuestra propia identidad, que en cuando sigue su curso, combinada con la interseccionalidad de las distintas opresiones estructurales que atravesamos en cada laberinto, nos borra, nos aniquila o, si vencemos en esta lógica, nos fortalece.
Nunca te bañarás dos veces en el mismo río, como supo ver Heráclito, pues el agua habrá mutado pero quien se vaya también. No podemos permanecer y seguro que vamos a perecer. “También mi nombre / se lo llevará el río/ como a las hojas” (Matsuo Bashö) haiko que inspira la obra de teatro homónima: “También mi nombre se lo llevará el río” de Rafa Abolafia y Javi Parra. La humanidad seguirá asombrándose de las lunas rojas y de su reflejo en el mar al contemplarlo desde un pueblo de la Alpujarra. Pero aún así, pensaremos que algo quedará, que acumular joyas como Miriam tiene sentido, que el petróleo de las marismas está allí para que lo explotemos y que, por muchas diosas que vengan, la nuestra es una “voluntad de crecer”, tan destructiva y demoledora, que poco tiene que ver con la “voluntad de poder” que esta Madre Tierra y Gran Diosa se merece.
Por terminar de otro modo menos apocalíptico, aclararé que los libros son en general disfrutones y que sólo es uno de los muchos posos que pueden dejar. De hecho, cuando lo comentamos primero en El Asterisco y luego en Un mundo feliz, gran parte de la conversación giraba sobre las intrigas familiares, lo que nos gusta una familia “de mierda” como publicó Luna Miguel y cómo McDowell sabía de lo que hablaba y además supo situar estos personajes para que hoy, décadas después, nos lleguen tan frescos como atractivos.