Una relación de amor puede ser como un camino que se abre en el bosque tupido, y que deja una marca, una herida por cada rama que se rompe. Cuando fracasa, miras atrás y recuerdas cada una de esas señales como una oportunidad para evitar hacerte más daño.
Cada huella está representada por un objeto que abre capítulo: recuerdos que se convierten en reliquias de un amor muerto y dolorido. Y es que las cosas no son lo que son, sino lo que creemos o queremos que sean.
Crónica de una muerte anunciada, cierras la última página con la amarga, casi ácida, satisfacción de un banquete que deja un hueco en el estómago para el postre de la libertad.
Al fin y al cabo, no se puede perder a alguien que nunca se tuvo.