«El mar, el mar», de Iris Murdoch

“No hay necesidad de separar “memoria” de “diario” ni de “diario filosófico”. Puedo contarte, lector, mi vida pasada y hablarte también de mi “visión del mundo” mientras voy divagando. ¿Por qué no? Todo puede brotar naturalmente mientras reflexiono. Así, sin ansiedad (¿pues no estoy ahora dejando atrás la ansiedad?), descubriré mi “forma literaria” (p.19) Así presenta Iris Murdoch, a través de su protagonista Charles, lo que va a contar en su historia. Una forma a la que ya no estamos acostumbradas. Ahora solemos leer capítulos cortos, narraciones emocionantes, con mucha más acción, giros de guión y pocas subordinadas.

Efectivamente, a pesar de lo despreciable y mezquino del personaje, avanzamos durante muchas páginas con él viendo cómo existe una delicada correlación entre su estado anímico y el mar que rodea la casa a la que se ha ido a vivir al jubilarse como director teatral. “Nadaba consciente de la soledad del mar, con esa especial sensación que ahora identificaba como un sentimiento de muerte que al parecer he llevado siempre en mi corazón” (p. 676). El mar, el mar es la imagen de su evolución emocional que gira sobre el eje de su vejez y de su soledad. “En el camino desierto que iba oscureciéndose, tuve la estremecedora sensación de mi total soledad, de mi vulnerabilidad entre aquellas rocas silenciosas, junto a un mar extranjero y absorto en sí mismo” (p. 157). Ahora que, como trajo Puri, una de las lectoras del club Hora de Té&Libros, bien podría hacer referencia al famoso pasaje de la Anábasis de Jenofonte: Thálatta! ¡Thálatta! (en griego: Θάλαττα! Θάλαττα! «¡El mar! ¡El mar!») fue el grito de alegría que pronunciaron los diez mil griegos que vieron el Mar Negro desde el Monte Teques (Θήχης) cerca de Trapezunte, después de participar en la fallida marcha de Ciro el Joven contra el Imperio Persa en el año 401 a.C.

En cualquier caso, este es un libro montaña, de los que cuesta subir en las primeras 100 páginas por su protagonista. Charles Arrowby es celoso, mal pensado, arrogante, egoísta, manipulador y maltratador. Un hombre patético y grotesco desfigurado por la irónica mirada de Iris Murdoch que desmonta la base de ese patriarcado rancio dejándonos ver su decadencia desde los otros personajes con los que se va relacionando. A pesar de todo el desprecio que genera, es curioso como me he sentido identificada en su humanidad, en sus miserias y en sus miedos. Tal vez en el fondo del pozo, allí donde una vez que llegas ya sólo queda sucumbir o volver a subir, nos parezcamos más todas las personas y los principios morales se diluyan.

“Las emociones existen realmente en el fondo de la personalidad, o en su cima. En la zona intermedia, se representan” (p.64)

Desde luego, como en toda la obra de Murdoch, la emoción por excelencia es el amor que aquí es representado en sus distintas formas, amistad, amantes o ilusiones románticas de la juventud, mientras que se teje una comprensión de la identidad en constante definición al articularse con la diferencia de los otros. “El tiempo había sufrido una profunda alteración, y noté que numerosos y vagos desechos de un remoto pasado se soltaban y empezaban a ascender a la superficie” (p. 199). Como en todos los libros de Murdoch el amor es un concepto vertebrador, pero en este caso hace bastante referencias a la situación de estar en pareja o del matrimonio. Incluso llega a emitir juicios morales referidos a la felicidad en relación al estar en pareja. “Sólo aquí la felicidad era para mí una finalidad inocente y permisible, un ideal incluso. En todos los demás lugares donde la había buscado había resultado ser un sueño imposible o una forma de corrupción. Encontrar nuestra verdadera pareja es encontrar la única persona con quien la felicidad es puramente inocente” (p. 544).

Y como dijo Silvia, otra lectora del club, respecto a lo simbólico del mar como si este funcionara como un espejo que devuelve la imagen de un ser humano siempre inacabado y en construcción. “Mientras estaba en el mar me dije para mis adentros lo poco que me importaba que Hartley ya no fuera hermosa. Pensar así me parecía correcto, y durante un rato me aferré a esa idea, que además de ternura, me aportó cierta calma. (…) Quizá no me hubiera equivocado al pensar en el mar como fuente de paz” (p. 211).

Como está narrado desde el punto de vista del dramaturgo con una subjetividad absoluta en primera persona, es decir, sólo sabemos lo que sabe el protagonista, es inevitable ver el mundo desde sus ojos. Con esas descripciones espectaculares, sobre todo en lo que a la comida se refiere, que nos van dejando ver la degeneración de Charles del cuidado arenque al rancio queso con mucho vino. Y al mismo tiempo, cuando leemos sus vivencias entendemos claramente como reinterpreta los acontecimientos como si fueran sugerencias para un guión. Las casualidades que ocurren durante la acción y que no voy a traer aquí para no hacer spoiler, refuerzan esta hipótesis a la vez que le confieren al relato un tono cómico o tragicómico de entrada y salida de personajes. Cada diálogo es una escena, transcrita en este no-diario, que conforman sus no-memorias hacia un no-final. Por ejemplo, todas las frases de Hartley, su amor platónico de la adolescencia son releídas, regurgitadas y reinterpretadas por su narcisismo y soberbia hasta tal límite que subvierte la verosimilitud convirtiéndose en su propia caricatura.

“Aunque los lectores afirmen que “se lo toman con cierto escepticismo”, en realidad no es así. Están ávidos de creer, y creen, porque creer es más fácil que no creer, y porque cualquier cosa escrita tiende a ser “verdadera en cierto modo”. ¡Confío en que esta rápida reflexión no hará dudar a nadie de la verdad de cualquier parte de este relato” (p. 125)

Es difícil recomendar un libro como El mar, el mar. Primero por su extensión, ¿quién decide arriesgarse con una historia de casi 800 páginas? Ya no tenemos tiempo para nada que merezca la pena, ¿no? (Se me ha pegado un poco el tono cínico de la lectura). Sin embargo, aunque a veces es tedioso y cuesta arriba como la subida a la torre cercana a la casa del protagonista, hay pasajes que solo por ellos merece la pena haber subido al barco, como este:

“Yo sabía que estaba rodeado de ruinas, las antiguas suposiciones se habían esfumado, y toda terrible posibilidad estaba abierta. (…) No era la perspectiva del dolor lo que me hacía sentir tan destrozado, sino la misma experiencia del cambio. Sentí una angustia inmediata, como la que debe sentir un insecto cuando sale de la crisálida, o el feto cuando se esfuerza por abrirse paso hacia el mundo. Tampoco fue una mudanza hacia el pasado. La memoria parecía casi fuera de lugar. Era una nueva condición del ser” (p. 172).

Cada diversa mujer que aparece en escena y dialoga con Charles es un arquetipo y funciona construyendo la complejidad de las relaciones humanas. A veces, es una obra moderna rozando el poliamor, otras relata la trágica muerte de la amada ausente mientras escuchaba a Wagner dejando ese hueco que es una provocación erótica, o incluso provoca el cuestionamiento de los límites del bien y el mal con el secuestro que vais a leer. Uno de los vínculos más confusos e interesantes es representado por la curiosa relación con su primo James que atraviesa el relato, de manera misteriosa, mágica y desconcertante. No sé bien qué pensar de ella. Yolanda, otra de las lectoras, proponía a James como un símbolo de Jesucristo, con su espiritualidad y la epifanía que se relata.

“- El mar, el mar, sí -prosiguió James-. ¿Sabías que, por la rama paterna, Platón descendía de Poseidón? ¿Tenéis marsopas o focas?

-Me han dicho que hay focas, pero no he visto ninguna” (p. 264).

“Parece como si tú pensaras que el pasado es irreal, un pozo lleno de fantasmas. Pero para mí el pasado es, en algunos sentidos, lo más real que hay, y la lealtad al pasado la más importante de todas las cosas. No es solamente un caso de sentimentalismo referido a una antigua llama. Es un principio de la vida, es un proyecto” (p.517).

A partir de la mitad del libro, un poco después de que Charles consiga salir del mar sin necesidad de ayudarse con su cuerda casera, cambia el tono, el registro de los acontecimientos y la voluntad narrativa de la historia, hasta un fragmentario Post Scriptum, donde la ficción deja hilar las incoherencias diarias y sólo quedan ráfagas de vivencias. “Lo que a esto sigue, y también lo que directamente le precede, ha sido escrito en fecha muy posterior. Lo que ahora he escrito es, por consiguiente, fruto de una reflexión más profunda y de una evocación más sistemática de lo que sería si me limitara a seguir escribiendo un diario. (…) Mi relato está abreviado, pero no omite nada sustancial y narra fielmente las palabras que en realidad se dijeron. ¡Con qué profundidad, ciertamente están grabadas en mi mente y en mi corazón muchas de las conversaciones que he contado y que he de contar en este libro!” (p. 351).

Por terminar, dejo una serie de pasajes, que transcriben lo que hoy llamaríamos violencia de género, pero que desde la mirada distorsionada de Charles, llegas a ver más allá del bien y el mal. De nuevo, la filósofa Iris Murdoch, cuestionando con su narrativa los postulados académicos de la historia de las ideas morales:

“-Sí -Hartley asintió pensativamente-. Ya me he sentido medio muerta, sí… con frecuencia. Pienso que le pasa a mucha gente. Pero se puede seguir viviendo medio muerto, y hasta tener placeres en tu vida” (p.406).

“-He tenido la sensación de que no existía, de que era invisible, de estar muy lejos del mundo, muy lejos. No puedes imaginarte lo sola que he estado durante toda mi vida. Pero no fue culpa de nadie, fue culpa mía.

-Puedo verte, Hartley, existes, estás aquí. Te amo (…)” (p. 411).

“-Claro que es un berenjenal, pero es mi berenjenal, es donde vivo y lo que soy. No puedo huir de él y dejar todo atrás, suelto y hecho pedazos como un caracol roto.

-¡Eso es exactamente lo que puedes hacer! ¿Escapar, huir y dejarlo todo atrás! ¡Darte cuenta de que el dolor puede tener fin!

-¿Realmente? ¿El dolor puede tener fin?” (p. 444)

“Uno no puede imponerse esas cosas. Tú no entiendes a la gente como yo, como nosotros, a los demás. Eres como un pájaro que vuela por el aire, como un pez que nada en el mar. Te mueves, miras a tu alrededor, quieres cosas. Hay otros que viven sobre la tierra y solo se mueven un poco y no miran…” (p. 483).

FRASES PARA RECORDAR:

“Realmente, inspira espanto pensar que cada acción, por minúscula que sea, origina consecuencias y es susceptible de señalar una bifurcación de caminos que puede conducir a destinos enormemente separados” (p. 559).

“A diferencia del arte, la vida tiene una irritante manera de seguir adelante a tropezones, cojeando, desvirtuando conversaciones, arrojando dudas sobre las soluciones y, en general, dando ejemplo de la imposibilidad de seguir llevando por siempre jamás una vida feliz o virtuosa” (p. 695).