Una magnífica Trinchera de libros en Bubión

¡Qué necesario es nutrir de esperanza y sueños las vidas humanas! Parece mentira que algunas personas sigan creyendo que el sucio dinero puede acercarles a la felicidad. Obvio que la cuestión alimenticia y la famosa base de la pirámide es clave para la existencia, pero por mi parte seguiré defendiendo los espacios de afecto como la librería La Trinchera en Bubión. Este pueblo de la Alpujarra, cerca de Pampaneira, al que se llega tras una secuencia de curvas pero en poco más de una hora desde Granada, es reconocido por su turismo “slow”.

Debo confesar que este tipo de estrategias de marketing para revitalizar (comillas, comillas) los asentamientos fuera de la urbe, me entristecen. Por la mañana fuimos a ver Soportújar, parque temático donde los haya, donde queda borrada, tachada y reducida la verdadera historia de resistencia de las mujeres libres que llegaron a esas montañas y fueron perseguidas y maltratadas. Sabíamos que nos íbamos a encontrar un pueblo un tanto kitch, con rincones para fotografiar y tiendas de souvenir. Desde luego había mucha gente, pero ¿qué tipo de viaje es ese? Otra forma apestosa de consumismo del capitalismo salvaje.

Aunque no quiero convertir este escrito en otro desahogo hater más que sumar al famoso contenido para seguir corriendo en la rueda como un hámster. Decid conmigo: “¡¡¡estoy en la rueda!!!”. Sí, yo también. No, no quiero eso, renuncio a formar parte de este vacío administrado. Por contra, quiero nombrar el proyecto de la librería La Trinchera y de su librero en ciernes, Borja. Alguien que en un momento dado piensa que se quiere ir lejos de las prácticas opresoras y buscar un espacio de resistencia. Somos muchas las que pensamos, sentimos y practicamos el caminar por el borde hacia la transformación. No se trata de un enfrentamiento directo (o no siempre) sino de buscar un punto de fuga, un horizonte hacia el que caminar que haga que cada día merezca la pena levantarse de la cama.

Por supuesto, hablo desde los privilegios y me avergüenza compartir algunos de estos sentires. Aunque estoy una mujer precariada, sigo viviendo donde vivo, pudiendo decir no a curros que no quiero hacer y sin conocer el hambre más que en los ayunos intermitentes que yo misma elijo. Afirmo en esta absurda confesión, que nadie va a leer, que no sé lo que quiero. Bueno sí, sé que quiero notar los pelillos de los brazos elevarse al ritmo de una conversación o de una música en la danza. Sé que deseo no tener que mirar para otro lado con las injusticias o la barbarie actual. Sé que hay mucha gente bonita, en Bubión, en el Realejo (La Tremenda), en Bola de Oro (Un mundo feliz) o en El Asterisco. Además de en librerías, también en colegios como el Gómez Moreno que lucha por un barrio sostenible, una educación en igualdad de condiciones, inclusiva y que apuesta por la cercanía y el apoyo mutuo. También sé que es necesario que ampliemos el foco y dejemos de mirar nuestro metro cuadrado, porque la realidad social no es la única realidad y el sentido común es una falacia tan aberrante como el falso universal del racionalismo.

En fin, llegar a esas montañas, tras sortear el parque temático al estilo Disney y comer superbien en Lo nuestro, traspasar una puerta y descubrir una pequeña selección de libros de una persona que cree que lo que le gusta leer puede ser compartido por otras personas y que eso es lo que verdaderamente puede devolvernos la humanidad, da mucha paz. Una paz inquieta, que es como me gusta definir la felicidad, pero paz, calma, es decir, un estado alejado del miedo, de la ansiedad o de la inseguridad que da perder el control y no saber cómo manejar la incertidumbre.

El futuro es incierto. Siempre lo ha sido. Merlin lo sabía con el pastel que le da Ginebra a Arturo en la película Excalibur. Pero contar con aliadas que te miran y te reconocen y a las que puedes devolver la mirada y sonreír, hace que el camino merezca la pena. A la Trinchera me gustaría ir a hacer un retiro de lectura para juntarme con otras personas que sienten que en la ficción es donde habitan nuestros sueños. Otras personas con las que caer por el agujero siguiendo al conejo blanco, desconectarnos de la red y de los fenómenos. Leer juntas para compartir el silencio sin posicionarnos, ni definirnos, ni enfrentarnos, sencillamente coexistiendo, compartiendo palabras y encontrando así el sentido de la vida: la belleza, las metáforas, las evocaciones, las ausencias y los ojos brillantes y húmedos por lágrimas de alegría o de tristeza.