
¿Qué mejor manera de celebrar el Día del Libro que hablando de librerías y de libros? En concreto, este año lo pasamos increíble en la librería Un mundo feliz, la investigación que llevo tiempo haciendo sobre La Libre. Así llamaban sus libreras a la librería de la mujer que estuvo abierta en Granada en los años 80.
Una historia que, por desgracia -o por patriarcado- no es muy conocida. Y es clave: ellas pusieron en juego el libro como artefacto para ser el apoyo mutuo que necesitaban en su camino hacia la “emancipación” de las mujeres, como lo nombraban. Pero también fueron vanguardia en crear espacios de encuentro entre todos los agentes, no sólo literarios, sino sociales.
¿Cómo llega hasta mí el archivo?

240 documentos logramos clasificar de las joyas que trajo Hortensia a la librería agapea en la C/ Puentezuelas, algún día no marcado de 2017. Se acercó curiosa al mostrador, con esa mirada entre pícara y tímida, y nos dijo a mi compañera Olga y a mí que ella también había sido librera:
Yo también he sido librera, ¿sabéis?
¿Sí? ¿De qué librería?
Uy, no la vais a conocer. Una librería de mujeres que hubo en Granada en los años 80.
No teníamos ni idea. Primero pensé que como yo sólo llevaba en Granada desde 2007, esa parte de la historia no la conocía. No le di mayor importancia. Pero ahí estaba el germen de esta investigación, pues nadie, ni de Granada, ni de fuera, sabía de su existencia. Luego fui comprobando, que en determinados círculos -del sindicato, del movimiento feminista o del barrio del Realejo- sí habían oído hablar, pero todo muy ambiguo y confuso.
En este momento de desconcierto, Hortensia aprovechó para iniciar el gesto de la maga que siempre ha sido. Sacó su monedero del bolso y de ahí un trozo de papel gastado y débil. Nos lo mostró entre sus manos y tenía forma de libro. Parecía que fue morado, aunque ahora era entre lila y blanco. Era un flyer de la librería que al abrirse mostraba el mapa, en un lado, y los datos de contacto y dirección, en el otro. Un objeto de coleccionista que sigue protegiendo en su bolso y que es del tamaño de una caja de cerillas. Al fin y al cabo, como dice Juan García Única en “La lupa sobre el mapa”, “en lo pequeño, hay grandeza”.

No quiero hacer hincapié en la labor de Hortensia Peñarrocha Mingorance o de Pilar Meredit Carbó, porque en esta historia el protagonismo es de los libros y de las librerías. Ellas son “sólo” las diosas ateas de este mundo, a las que rindo culto y cuya religión practico. Pero el artefacto sagrado que celebramos hoy es el famoso “infinito en un junco” como lo internacionalizó Irene Vallejo.
El libro, por tanto, es un nodo que cohesiona una comunidad en forma y fondo. El tejido que se organiza en relación a la publicación, distribución, exhibición y venta del libro (o préstamo si habláramos de una biblioteca) sostiene una comunidad ciudadana. Se basa en el «affidamento«, que en este contexto de las Librería de Mujeres, viniendo de la de Milán, se refiere a una relación de confianza, cuidado mutuo y reconocimiento entre mujeres que comparten un destino.

Y respecto a la librería como espacio…
A finales de esta misma década que nos ocupa, la de los 80, pero ahora al otro lado del charco, el sociólogo estadounidense Ray Oldenburg desarrolló la noción de “tercer lugar”: un espacio de interacción social libre e informal, donde se genera la comunidad, se fortalecen los vínculos y, en definitiva, se crean las condiciones necesarias para la paz democrática.
“Al rescatar una historia, rescatamos la historia colectiva de las mujeres” (Blanca Calvo, Historiadora del documental “Objetivo igualdad. Programa 165: Memoria democrática de las mujeres”)
La Libre, como punto de partida desde el artefacto libro y con la ingenuidad de quien descubre haciendo, en la acción, promovió lo que luego serían los servicios sociales para las mujeres de la democracia (laicos y con perspectiva de género), que garantizan los derechos de la ciudadanía. Pero sobre todo, sentó las bases del movimiento feminista en España compartiendo la estructura de la librería de mujeres con otras ciudades de este país y de otros, tanto de Europa como en Estados Unidos.

Cuando Hortensia y Pilar salieron de las agitadas II Jornadas Estatales de la Mujer de 1979, que permitieron el encuentro de más de 3000 mujeres del territorio nacional, tenían claro que no podían quedarse en el activismo político de izquierdas que llevaban años practicando. Este fue el primer hito organizado por la AMG junto con la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas. Sabían, sin mucha teoría o ideología que lo sustentara, que era necesario generar un espacio donde se pudieran encontrar las mujeres -sin hombres- para compartir saberes, preguntas, miedos o prácticas. Lo que hoy conocemos como “espacio seguro no mixto”.
Sin instituciones a las que solicitar la cesión de un lugar ni propiedades heredadas o prestadas, se les ocurrió que podrían intentar vender libros, que eran objetos que conocían y que además servían de vehículos de pensamiento, como la lengua. Hortensia venía de una familia relacionada con el mundo editorial y Pilar sabía de cuentas, de hecho trabajaba como contable, así que creían que podrían iniciar y vivir de la librería.
¡Atención Spoiler! La librería no suele ser el modelo de negocio infalible para enriquecerse. Más bien, suele ser una sufrida tarea vocacional, especialmente si lo que vendes no tiene nada de publicaciones de masas y los márgenes de beneficios, son o escasos o nulos.
“La Librería [de Mujeres de Milán] y el Círculo [de la Rosa] son espacios públicos, abiertos y gestionados por las socias y los socios con una práctica relacional transformadora” (Laura Minguzzi).

CONTIUARA…