La literatura es contagiosa y deseamos infectarnos

Cuarentena.

Doctrina del Shock.

Futuro que explota en nuestra cotidianidad.

Una de los proyectos que le dan sentido a la humilde existencia de quien os habla, son las sesiones mensuales de nuestro club de lectura, que con el estado de alarma y el confinamiento se han visto interrumpidas. Ayer, sin embargo, nos lanzamos al medio virtual con todas las reservas y malestares posibles en la mochila y a pesar de esto…

Fue muy lindo! Fue una bocanada de aire limpio! Compartir de nuevo la palabra, redescubrir lo leído en los comentarios con otras personas y apaciguar la ansiedad en compañía de rostros familiares y otras nuevas incorporaciones (el lado bueno de las tech).

Comentamos “Lo raro es vivir”, de Carmen Martín Gaite, en su edición de la colección 50 aniversario de la editorial Anagrama, como siempre, comprada en nuestra librería de referencia Ubú Libros (C/ Buensuceso, 13) a la que echamos muchísimo de menos ir en persona y poder adquirir nuevos alimentos. Aprovecho para reivindicar las librerías como espacios de primera necesidad que podrían haber quedado abiertas en condiciones seguras durante este suplicio que está siendo la suspensión de nuestras libertades (y/o privilegios, dicho sea de paso!).

Vuelvo al asunto del club, de nuestra Hora de Té&Libros, que ayer fue más bien: la Hora de cámaras, micrófonos y conexión intermitente. El libro fue elegido antes de esta situación pero no podíamos haber acertado más: sentimos con fuerza lo asombroso y fascinante que estar vivxs dentro de estas nuevas -e inéditas- circunstancias: no poder salir de casa, miedo a enfermar y contagiar, descalabro económico, futuro laboral cuanto menos incierto, hijxs en casa sin colegio, pero con mucha tarea, teletrabajo inconciliable, y agradecidxs insisto por la situación privilegiada: agua corriente, terraza, perretes como salvoconducto para poder salir y sentir el aire y el sol en la cara.

Con Águeda Soler, la protagonista que explora su identidad buscando al interlocutor adecuado, atravesando el duelo por la reciente pérdida de su madre, con la que tenía una relación que nos ha recordado a los “Apegos feroces”, de Vivian Gornick, que ya leímos, con ella, digo, viajamos al “espeso bosque” del viaje a Ítaca, sabiendo que lo que importa es el camino. Descubrimos la potencia de la ficción, de mentir para abrir otras posibilidades y mirar en otros espejos que nos devuelvan una imagen de nosotras que, o bien nos haga comprendernos mejor o bien nos haga elegir de una manera más satisfactoria hacia dónde queremos ir.

Como esa profesora “gafitas”, Rosario, que temblaba en sus clase de historia del arte, y dejaba absorto a su alumnado mientras les guiaba, cual Virgilio, en su formación y en los pasajes de “La divina comedia”, de Dante (que dicho sea de paso tan apropiado también es para leerlo en estos tiempos). Rescata -y destaca- estas líneas, para “estimula(r) la comprensión de lo caótico”:

Te crea confusiones

tu falso imaginar, y no estar viendo

lo que verías libre de ilusiones

Otro de los temas que comentamos fue ese “raro” del título del libro, que coincide con la frase de Rosario y con la canción de la protagonista: “entrerrock de vivir con las penas amputadas”. Como dijo María José, una de las asistentes, “la normalidad es un concepto de frecuencia”, así que ¿por qué asumimos que lo doloroso/injusto/excepcional es que muramos? Somos seres mortales, de hecho muy débiles. ¿No sería más adecuado estar agradecidxs y disfrutar al máximo puesto que “lo raro es vivir”?

Así que estos binomios: raro/normal y viva/muerta, son los ejes narrativos sobre los que fuimos navegando, pasando por otras “excrecencias”, como las llama la protagonista: “las cosas se hacen bien o no se hacen” (p. 59), que daría para un artículo propio, o “se miente por incapacidad de pedir a gritos que los demás te acepten como eres” (p. 153).

En cuanto al estilo tuvimos debate, porque había quien le agradaba ese estilo sencillo que transmitía tan bien los sentimientos de los personajes, y a quien le parecía banal y superficial o que no lograba ese juego que, por ejemplo y de manera canónica, dominaba Virginia Woolf, que narrando un paseo por Londres para comprar lápices, describe y profundiza en los laberintos de la condición humana.

Por último, pudo asistir a la sesión del club, mi madre, Cristina, desde Vallekas. Y además de señalar ese otro eje que es la relación madre/hija (¿oportuno, no?) compartió lo que le había llamado al atención ese mundo onírico, absurdo y poco verosímil con detalles como que el camarero Moisés del bar Residuo le hable a puerta cerrada de Kierkegaard, lo que nos recordó a ese magnífico monólogo de los grandes Faemino y Cansado cuando decía: “¡Qué va, que va, que va!, yo leo a Kierkegaard”.

Solo queda animarles a que lean esta novela de Carmen Martín Gaite y divaguen rompiendo “los lazos de lo previsible” (p.34), y se infecten de literatura, que no solo no mata, sino que ayuda a resistir, pues lo que viene es incierto, así que ¡¡Carpe Diem!!