Palabras usurpadas a la infancia, poesía robada por un canón que dice qué, que dice cómo, que dice cuándo. Desde que volví de JaleA en Enero, gracias a las palabras que nos trajeron Mar Benegas y Jesus Gé junto con todas las ponencias y talleres, tuve claro que debía generar espacios para compartir palabras. Palabra poética, sin juicio, sin ruido, sin odio. Ayer tuvimos la suerte de contar con Pablo Trénor y parte de su familia, su hijo Gael, su compañera Maribel y su amigo Rafael, para compartir la lectura de sus poemas de Mientras nos hacíamos.
Experimentamos a compartir la lectura en familia porque precisamente la escritura y la creación de este poemario tiene que ver con su viaje por las genealogías, la familia de origen y la familia creada. Pero también porque la voz de las criaturas requiere espacios donde expresarse y ser escuchada sin valoraciones, sin méritos y de manera genuina, desde el respeto que se merecen. Fue un absoluto placer, estético y moral, la lectura a dos voces de Alejandra (hija) y Elena (madre). Casualmente (o no) eligieron un poema pensado también para una pareja de emisoras.
Pasaron muchas cosas difíciles de transmitir en esta breve reseña del poemario que quiere ser también un resumen de la experiencia. Por ejemplo, mientras leía Maia, su madre Silvia movía de manera inconsciente los labios pronunciando sin ser oída las mismas palabras que su hija leía en voz alta. Fue brutal comprobar cómo el vínculo de la díada madre hija se manifiesta de manera sincrónica perfecta cuando acontece el acto poético. Además luego Maia nos trajo sus propias palabras lo cual agradezco con el corazón enternecido y los pelillos del brazo de punta.
Mientras nos hacíamos recorre territorios afectivos pero también relacionados con imágenes, pues Pablo se reconoce con su faceta de fotógrafo quizás aún más que con la de poeta. Y además transita lugares tanto de la Alpujarra granadina como de las montañas asturianas. Charo, una de nuestras lectoras de la Hora de Té&Libros se emocionó recordando a su marido asturiano, que ya falleció, y con el que pronunció la única Z de su vida, por ser el nombre de la región del norte y por ser ella albaicinera.
Sí, para quienes miran y viven el mundo como un mercado de rendimientos y productividad, todo esto no tiene importancia, es inútil, efímero, secundario e incluso gratuito. ¡Qué insolencia! ¿Cómo se nos ocurre compartir lo vivido, las dudas, nuestros deseos sin explotarlo? Así son las palabras, amigas, así es el orden de la madre que acaba simbólicamente con el patriarcado cuando lo nombra desde este lugar donde el amor es el signo.
Leímos con vértigo por soltar el control y por las pérdidas y por el miedo, como aparecía en los poemas de Mientras nos hacíamos. Pero también leímos en la tormenta con el llanto de fondo del hijo de una de las clientas de la librería Un mundo feliz, que albergó la experiencia, casualmente (o no) como ocurría mientras Pablo escribía ese poema. Leímos con el propósito de habitar el tiempo, que según nos explicaste, Pablo, se trata de no creernos la sucesión de cosas y la agenda y el calendario marcado, sino apropiarnos de los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses, los años y la vida regalada, haciendo que esta merezca la pena ser vivida.
Gracias a Juan Alejandro por activar sesiones como la de ayer regalando poemas y estableciendo conexiones entre quien escribe, quien lee y quien genera o distribuye estos artefactos que nos enamoran que se llaman libros. Seguiremos leyendo en esta construcción de futuro con gerundio porque confiamos, confío, confiaré en las palabras y en su potencia transformadora cuando se ponen en juego.