
Dicen que no se puede perder a quien nunca has tenido. Afirmación que valdría para todas las personas y sus relaciones, aunque no recoge la complejidad y sencillez de Amada y perdida, de Susie Boyt. Me explico.
Siempre es motivo de celebración encontrar autoras con voces que no se dejan etiquetar ni reducir fácilmente. Es tentador reseñar esta novela como el diálogo entre tres generaciones de mujeres: Ruth, la abuela que cuenta su historia hasta el capítulo final, su hija Eleanor, enganchada a la heroína, y la nieta Lily, a la que seguimos desde su concepción hasta la adolescencia. Ellas están acompañadas de otras mujeres entre las que tiene un papel protagonista la increíble amiga de Ruth, Jean, profesora, ingeniosa y creativa, con una inclinación a volver locas a sus compañeras.

Ahora bien, la excelencia de este texto, la hemos admirado en el club de lectura Hora de Té&Libros, por su aparente simpleza. La trama trágica que vemos y que nos oculta deliberadamente la autora podría haber sido una fuente de morbo, drama y lugares comunes. Sin embargo, está narrado con acierto desde las escenas costumbristas con descripciones teatrales, con la sutileza de los gestos con los que los personajes transmiten el desprecio, como desviar la mirada, y con unos diálogos precisos, que han recordado a un estilo inglés a algunas lectoras, por el juego de lo implícito y lo evocado.
Amada y perdida tiene frases demoledoras que aniquilan el sosiego de la lectura sin necesidad de grandes giros o estudiadas semánticas. “No puedo soportar que ella no quiera ser mi hija” (p.162) es el momento culminante en el que todo lo “no-dicho” ordena la historia, propia de Ruth, de sus compañeras de historia, pero también de la nuestra, que como lectoras entendemos muchas cosas.

Nos hemos sentido tentadas de hablar de algunos temas que salen de manera explícita o que se señalan al presuponerse: la vergüenza, la culpa, la maternidad, la belleza. Ha sido genial comprobar como los textos bien escritos no se dejan atrapar en una interpretación universal y necesitan ser descifrados por cada lectora con el filtro de sus propias vivencias. Para mí, ha sido la idea del perdón la que más ecos ha dejado en mi cuerpo.
Amada y perdida nos enfrenta a un espejo negro, obligándonos a salir de las respuestas sencillas, de los juicios rápidos sobre las decisiones de los personajes y de las motivaciones y deseos para actuar. Todas las mujeres de la novela, porque hombres hay pocos e insignificantes, se mueven en la complejidad existencial de nuestras vidas cotidianas. Ante un suceso trágico, la vida se impone, seguimos comiendo, durmiendo, visitando el servicio y realizando nuestras rutinas con relativa normalidad.

De hecho, el tema de la muerte y el duelo, es otro de los ejes que llama la atención por su tratamiento, comparándolo en una escena con el parto. Son momentos de apertura, sagrados en el sentido de procesos que no deben ser instrumentalizados, sino acompañados y respetados. Nos ha gustado a todas cómo es narrada cada una de las situaciones que se acercan a momentos así, desde la continuidad y no desde la ruptura. Suena un poco ambigua escrito así, pero si no, contaría lo que no debe ser contado en una reseña y sí leído en la novela.

Por último, obviamente, el asunto de las drogas es capital en Amada y perdida. Brilla por su ausencia, podríamos decir. Habiendo nacido en vallekas, son muchas las historias que podrían interseccionar con esta, pero de la vida real. No obstante, ese no es el foco de esta novela. De hecho, por fin, en una ficción políticamente incorrecta, se habla de todos los aspectos de las personas adictas. No todas caen desde la huida de situaciones dramáticas personales o familias desestructuradas. Algunas encuentran un motivo (entre muchas comillas) para vivir o son felices, como dice el hijo de una de las mujeres que habla en la escena del grupo de apoyo a familiares de adictos, o incluso sienten paz. Es un estado alterado de conciencia que impacta de manera irreversible en la vida de los yonkis y de sus familiares amistades. Eso ya lo sabemos. Pero comprender este otro lado del cristal oscuro, puede que nos acerque al perdón, que no a la validación ni a la justificación, lo cual sería más propio de una cultura de concordia (estar con otros desde el corazón). Soltar desde la aceptación es el desafío que sentimos algunas tras leer Amada y perdida.
