
Lo de que las segundas partes nunca fueron buenas, no sirve para La caída de Foulsham. Sencillamente, he disfrutado y sufrido a la par, como una enana lectora siguiendo las aventuras de Clod Iremonger y Lucy Pennant. ¡Y aún queda el tercero!
Las trilogías no han sido mi estilo, pero cuando una historia está bien construída, la estructura del tríptico, funciona y hace encajar todas las piezas. Los lugares, por ejemplo, cobran sentido en el mapa. Abandonamos Heap House y recorremos las calles de lo que fue Filching, que al degenerarse se ha convertido en Foulsham (“Pueblo nauseabundo”, N. de la T. p. 11). Me ha recordado al personaje de Sandman, que se llamaba Delicia, pero ante lo grotesco de la humanidad, se convierte en Delirio. Ella siempre me ha parecido una excelente representación gráfica del “delirio” de Zambrano.

Pero esta es otra historia. Ahora estamos entre muros que contienen los cúmulos de desechos de la ciudad de Londres, de la fábrica sospechosa de la familia Iremonger y de otras formas de producción que recuerdan a su vez al capitalismo salvaje. De nuevo, en este segundo libro, La caída de Foulsham, las metáforas y los guiños simbólicos cumplen, no sólo un papel estético, sino que le dan profundidad a la historia. O si no es así, ¿por qué se convierte Cloe justo en un medio soberano, en una moneda de gran valor escasa entre los excluídos de Foulsham?
Son muchos los misterios que aparecen en esta historia. Ahora no puedo contarlos aquí aún, por si no lo has leído, pero sí puedo mencionar algunos personajes que no pasarán desapercibidos como El Sastre o Binadit: “Siempre que me avistan huyen despavoridos al interior para protegerse. Yo soy el exterior, eso es lo que soy” (p. 29).

Las afueras frente al centro, lo hegemónico frente a lo marginal, los de arriba y los de abajo, las personas y las cosas, y así podría seguir más de un párrafo sin pestañear, porque son muchas las dicotomías que funcionan como vectores o líneas de fuerza dentro de la narración. Así como discursos que aparecen y se amontonan como las ratas que coexisten con los humanos en la ciudad: “Pueden considerarse ricos. Podrían comprar cosas, adquirir nuevas herramientas, guardar una parte. Nosotros, la gente de Foulsham, tenemos muy poco a lo que agarrarnos. Debemos apañárnoslas con lo que tenemos; debemos aprovechar las oportunidades cuando aparecen. Estamos bajo la tenencia de los Iremonger, todos nosotros. Qué le vamos a hacer” (p. 54).
Resignación para los desgraciados, los miserables, lo no-Iremonger. Menos mal que siempre habrá botones rebeldes, insignificantes piezas del sistema que no querrán encajar, que motivados por la justicia y el amor, pondrán toda su voluntad y tesón al servicio de un mundo más igualitario. Me refiero, claro está, a Lucy Pennant. Si en el primer volumen, me gustó, de este salgo enamorada: “Estáis todos muy asustados. Si de alguna manera pudiéramos juntarnos y hablar, podríamos aclarar las cosas; si tan sólo pudiéramos hacer eso, tal vez empezaríamos a plantarles cara” (p. 181).
Ella es auténtica. Pero no todo el mundo es una persona en sentido estricto (y hasta aquí puedo leer), pero lo que sí puedo contar es lo bien que La caída de Foulsham se refleja en la mezquindad humana cuando la prosperidad material se extingue o se usurpa: “Cualquier vecino puede presentarse en casa de otro vecino a cualquier hora del día y pedirle la documentación, es el deber de toda persona” (p. 178). Me siento tentada a clasificar este volumen como una distopía, pero no sé si ya estamos viviendo muchas de las partes narradas. De nuevo, vuelvo a otra obra de Gaiman: Coraline. En ella, hay un mundo paralelo donde las personas tienen ojos de botón, una falsificación, un simulacro, que es un calco, pero como una tela de araña, construido por una bruja para atrapar a la protagonista. Un reflejo siniestro como el Dark Side de Stranger Things. Sí, definitivamente, cada día estamos más en Foulsham.
Pero de nuevo, esta es otra línea de reflexión que nos aleja de la reseña del libro. Para concluir, sin hacer spoiler, diré que La caída de Foulsham incluye incluso un comunicado de la mismísima “Alteza Real Victoria por la Gracia de Dios” (p. 242). Y dejo también por aquí una invitación a leer esta trilogía como escucha el protagonista Clod, es decir, yendo más allá de lo evidente, de lo explícito, de lo gritado con altavoces del poder, para oír de verdad lo que nos dicen los otros, las cosas, el mundo. Así, podremos atender a sus demandas, ponernos al servicio en lugar de intentar dominar a las cosas y a las personas, para ser capaces de vivir en un mundo libre, justo y en paz.
