RESEÑA “Carnada”, de Eugenia Ladra


“Y eso es solo por fuera; por dentro estoy hecha un mar de lodo” (Juan Rulfo)


Con esta cita abre Eugenia Ladra, su Carnada, una novela breve y aniquiladora. Su genialidad es saber contar creativamente desde la acidez, la vieja historia de una chica asfixiada en un pueblo (Paso Chico) desértico, lleno de perros asalvajados, con todos los hombres alcoholizados. 


“A la una de la tarde, Paso Chico se volvía pueblo muerto. No había nada que hacer más que pegar los párpados y mirar para adentro, entrar aire y dejar que se hinchara el pecho” (p. 59).


El efecto que ha provocado en mí ha traído los ecos de “Panza de burro”, de Andrea Abreu, por esa morbosa sensación de no poder dejar de leer, mientras estrechaba la mirada y notaba el regusto amargo en la bóveda de la boca con pasajes violentos, grotescos y asépticos. No encontrarás una bajada de foco al interior de los protagonistas, porque se mueven entre áridas tinieblas, físicas en su ceguera, o morales en sus prácticas diarias.


“Marga y Justa partieron tarde por culpa de la gurisa que, acostumbrada a abrir los ojos sobre el mediodía, las siete de la mañana le parecieron un sacrilegio contra la buena costumbre de dormir hasta agotar el sueño” (p. 88).

La historia de Carnada comienza con la aparición de un “gurí” nuevo tumbado en mitad de la plaza y con una extraña marca en la frente. Pasada la mitad del libro, sabremos por qué se titula así. Un curioso objeto es el único bien preciado de este chaval que anda en un estado alterado de conciencia, entre adormilado y bien astuto pero que lleva siempre una medallita en el bolsillo “que tanteaba a cada rato para asegurarse que estuviera allí, cerca, pegada al cuerpo” (p. 93). La carnada es el cebo de la prueba que gana y que parece haber sido el único momento de felicidad de su vida.

La irrupción de este cuerpo en un contexto prefijado y previsto, aplastado por el calor, conlleva una serie de decisiones, como que Recio, así se llama, se vaya alojando una semana en cada casa llevando a la virgen que también comparten. Así se aseguran poder rezarla y que reparta de manera igualitaria y justa, tanto un poco de suerte como las desgracias. 

Muchas de ellas, las achacan a Marga, la protagonista, y amante de Recio en buena parte de esta historia, a pesar de ser una joven en pleno descubrimiento de su sexualidad. Al nacer, su madre murió. Olga, quien se encarga de nacimientos y mortajas, no pudo hacer nada. Y será Justa, la madre de su madre, es decir, su abuela, quien se hará cargo de la crianza. Pero todo el pueblo le pondrá la etiqueta de gafe a “Marga Araújo Araújo, apellidada como la madre dos veces porque padre no se le conocía; una criatura yeta, de esas que llaman a la desgracia” (p. 22).

Carnada es una herida abierta que oculta el bar donde se juntan cada noche los hombres a beberse sus miserias y que tan irónicamente es llamado “La Paraíso”. Un espacio al que Marga no debe acercarse, porque allí los hombres pierden el sentido de los límites. A partir del umbral, el código que aparentemente se respeta fuera, más por desidia que por principios, deja de existir. Las bebidas, la cumbia y la desesperada hambruna de alegría, no conocen ni la corrección ni las consecuencias.

Todas las descripciones marcan el paso tedioso y con acento, que aumentan el clima de desagrado y distancia. Sin embargo, siempre hay un matiz de “broma valiente”, de sarcasmo necesario para sobrevivir o alguna clasificación inverosímil como la de los perros, que son los animales, pero que bien valdrían como tipologías de seres humanos:

“Lo fornidos. Parece que siempre están mascando rabia. Son grandes. Son bravos. Y son, también, los primeros en saltar cuando ven una rueda.

Los triple R. Rápidos. Resacones. Retobados. Por lo general, tienen algún diente fuera. Por lo general, son chicuelos y camorreros.

Los sin gracia. Alcahuetes, muy alcahuetes. Andan con la cola entre las patas, la mirada baja y el lomo achatado. No sirven ni para acariciar porque hasta de eso se asustan.” (p 72).

En un entorno así, la llegada del circo más que el acontecimiento del año, que también, es sencillamente lo que hace soportables las miserias anuales. Pero ni el pan ni el divertimento viene sin nada a cambio. Ni en Carnada ni en la existencia real. Todo tiene un precio, todo en la vida se paga. Aunque no pueda seguir contando más, no os imaginéis un giro a lo Tarantino. Ocurre en esta historia como cuando arranca el levante en Cádiz. Si te resistes a parar o como mínimo a bajar el ritmo, sólo vas a encontrar sufrimiento. Se trata de aceptar, dejar que pase y mantener la paciencia y la fe, para sobrevivir con los microdestellos de alegría que llegan a un sitio como Pueblo Chico.

Lo que más me ha gustado: el personaje poderoso y con luz propia de Olga, que maneja la vida y la muerte, como una diosa mítica, de lo más terrenal, por otra parte.

Lo que menos me ha gustado: que se terminara pronto, porque a pesar de leer con el estomago encogido, me he quedado con ganas de saber más de Marga, del Recio, de Justa e incluso de los perros tirados a la sombra con el ojo medio abierto.

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