Sueño marzo 2025: espiral en piedra o cerámica con pájaros luminosos abremundos

Viajaba sobre una concha viscosa, como si la ostra se hubiera apropiado por su textura del exterior, fusión del continente con el contenido. No estaba sola. A mi izquierda, el padre, mi padre. Y a la derecha, en lugar del hijo, el padre de mi hijo, mi pareja. Los tres en pie mirando al frente. Si nos hubieran fotografiado de perfil, cada rostro destacaría en perspectiva ganando por una nariz al de delante. 

El paisaje… diría que era, pero me cuesta seguir escribiendo en pasado porque al narrarlo, me siento en ese lugar en un tiempo presente. Así que diré que el paisaje ES distópico, como salido de un videojuego, estilo Dune. Un amplio horizonte de sentido, con menos terreno que cielo. Es de noche, o al menos no hay sol, porque todo brilla de la manera irreal en que brillan las medusas dentro del océano. De hecho, la paleta de colores va del azul marino, al morado, púrpura, violeta y en algunos rincones llegando al azul oscuro casi negro.

Flotamos en esta concha-ostra hacia un lugar desconocido. Y ahora aparece una bandada de pájaros que son luces, como luciérnagas, pero que vuelan con sus alas, alejándose y separándose en un hipnótico baile. En una de esas distancias, surge la primera apertura. Hay una quiebra en este mundo tal y como lo conocemos y aparece un portal, que cruzamos, como si estuviera previsto, sin pestañear, para llegar a otro mundo.

La sucesión de mundos es fugaz, veloz, intensa y sublime, a la vez. Pasamos sin mediar palabra por acantilados al estilo irlandés, mares con delfines y medusas (de nuevo) brillantes o desiertos rojos con dunas temblorosas por la acción del viento. Nunca hay conexión entre los mundos: uno se abre, otro se cierra. Y ninguno de los tres mira atrás, revisa el pasado o lo que deja, en ninguna de las transiciones que van guiando, mayormente en el espacio noreste del cuadro, los pájaros de luz.

Tras un tiempo indefinido mi mirada cae y no sé si la dirijo hacia mis pies o hacia mi ombligo, pero veo una piedra, lacada, como si fuera una escultura de cerámica intentando imitar la precisión de la naturaleza, con un nautilos en el centro, una espiral blanca, nacarada, que resalta sobre el fondo azul turquesa de la roca. Pronuncio claramente estas palabras: “¡Qué bonito es mi mundo interior!”. Y las texturas que apreciaba físicamente incluso al despertar, así como los matices sensoriales de cada paisaje, se desplazan a un segundo plano ante la inmensidad de escuchar una voz humana.

Me despierto con el eco del reconocimiento de la belleza interior y exterior, agradecida ante lo sublime de la experiencia, temblorosa y deseando contarlo, primero con el soñoliento acento de la madrugada y ahora en estas líneas tecleadas.

Quedo a la espera de tu respuesta….

Atentamente,

Tú.

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