
Si te digo que este libro de Isabel Alba, publicado en Acantilado, está escrito con notas de voz de distintos móviles, depende de la generación lectora que seas, igual no te haces una idea del recurso narrativo. Igual, tendría que aclarar que las protagonistas son tres mujeres, abuela (Estrella), madre (Blanca) e hija (Sofía). Y una amiga (Luna) conocida por el instagram que comparten abuela y nieta. Una cuenta que da título a la historia: Tortugas.
Me cuesta llamarla novela porque el estilo es tan innovador y disruptivo que la construcción de lo que ocurre es fragmentaria y abrupta. No es un diálogo, no es una novela coral y no hay apenas descripciones. Caminamos por las páginas desde las reflexiones o apuntes de la protagonista que se dirigen a ella misma, a su abuela o a la familia en su conjunto. “Había grabado todas las cosas que me importan, y las que me pasaban, y las conversaciones, y no me acuerdo de nada. Es como si al dejar mis recuerdos en otro sitio me hubiera despreocupado de guardarlos. La memoria de ese cerebro externo estaba llena y la de este otro, el de mi cabeza, está vacía, casi sin estrenar” (p. 116)

Efectivamente, la relación con la tecnología, con los dispositivos y con su manera de mediar entre los seres humanos es uno de los ejes que funciona de esqueleto de estas Tortugas. Pero no es el único, hay otras líneas tan interesantes como necesarias. Con esta historia, concluye su “trilogía” de la pandemia, de la que ya tuve la suerte de reseñar La ventana. Debemos agradecer a las autoras como Isabel Alba que se atreven a nombrar y cuestionar lo acontecido. Aún queda camino para integrar lo que pasó, pero incorporarlo en la ficción y relacionarlo con tópicos como el cambio climático o un futuro sin árboles, seguro que va a ayudar a superar el trauma. Incluso puede que aprendamos a respetar a nuestros pulmones.

Tortugas es una de esas apuestas difíciles de reseñar porque un resumen no recogería la emoción ni el espíritu revolucionario de la historia. Situada en un mundo que gira sobre un gran ordenador, donde ya no queda ninguno de estos árboles, ni apenas agua y el calor asfixia a la población durante los -cada vez más- meses de verano.
En esta línea, Tortugas es una historia de duelos y ausencias, de lo que hubo y ya no hay. “NOTA DE VOZ 64_ESTRELLA. 04:00. Hace un rato he entrado en tu habitación. Estoy sola en casa y no me gusta. No es que tenga miedo. Miedo no tengo. Pero no me gusta. Antes siempre estabas tú” (p. 19). La historia arranca con una Estrella, la abuela, que ya no está en la casa, aunque no se sabe muy bien qué ha pasado. Poco a poco se irá desenredando ese hilo visibilizando los dilemas morales que un futuro distópico, cada vez más presente, puede traernos.
Pero, ¿por qué ha elegido Isabel Alba a las Tortugas como animal del título? Aparte de las menciones de la novela, quizás se ha sentido atraída por su sabiduría para volver a poner sus propios huevos en la playa en la que nacieron y donde fueron inmediatamente abandonadas a su suerte. “Las tortugas nos dicen que el camino hacia el cielo pasa por la tierra, que en la Madre Tierra tenemos todo lo que necesitamos, y que ella cuidará de nosotros, nos protegerá y nos alimentará en la medida en que nosotros hagamos lo mismo por ella” (“Animal Chamán”, Ted Andrews)

Y es que ellas, las Tortugas, nos hacen de espejo negro ante estos ritmos frenéticos y trepidantes que no nos dan un respiro. un correr sin sentido, hacia un horizonte apocalíptico, donde la vida quede reservada al 1% que ha ganado la medalla en destrucción del planeta. “El lento metabolismo de las tortugas debería llevarnos también a formularnos algunas preguntas: ¿No estaremos viviendo una vida demasiado agitada? ¿Nos estamos tomando tiempo para nosotros mismos? ¿Estamos tan ocupados como para no ver lo que está sucediendo a nuestro alrededor¿ ¿O bien estamos yendo demasiado despacio y convendría acelerar el ritmo?” (“Animal Chamán”, Ted Andrews)
Menos mal que donde hay represión, hay y habrá resistencia. Porque en la novela somos muchas Tortugas. Las nuevas generaciones tan erróneamente criticadas por su inconsciencia o consumo desmedido, son y serán, como siempre ha sido, la condición de posibilidad de un futuro. Las paredes aparecen pintadas con frases como “Aquí hubo agua” o “Aquí hubo un árbol” y quien visibiliza estos mensajes está organizado. Es un organismo vivo en todos los sentidos, que se escucha, se comunica y provoca cambios, impacta en su ecosistema. Por eso traigo a esta reseña otra figura interesante, los Ikaki, espíritus acuáticos muy peligrosos que adoptan la forma de inocentes tortuguitas. Les encanta bailar y utilizan sus perversos bailes para atrapar y matar gente. Nadie sobrevive a esta danza de la muerte.

Recomiendo Tortugas como lectura compartida en secundaria por varias razones: utiliza un código cercano a las generaciones digitales, cuestiona temas necesarios sobre los que hablar y pensar, y brilla desde esas estrellas, lunas y paisajes memorables como el final de Franskenstein. Además indaga en el malestar que está afectando al a salud mental de los más vulnerables y que no estamos sabiendo acompañar como sociedad: “¿Sabes lo que más me agobia? Pensar por qué pasan las cosas. Si es por casualidad, entonces todo depende de lo que decidas en cada momento, como en una peli distócica en la que tienes infinitas vidas paralelas y debes elegir una a ciegas. Dan ganas de no moverse. Aunque quedarte en plan estatua tampoco sirve. ¡Puf! ¡A ver cómo aciertas!” (p. 146).