Llama la atención que el centro del discurso ayer, en la celebración del Día de las Escritoras, haya destacado a los escritorEs (Antonio Machado, Lorca, Unamuno, el reconocimiento de Azorín o Juan Ramón Jiménez) que han recogido el “posicionamiento ante el hecho poético” que señala a Rosalía de Castro como una de las poetas excelsas de la tradición literaria del romanticismo. Desde Herstóricas, como proyecto educativo con objetivos de recuperación de la memoria y participación histórica de las mujeres, necesitamos poner el acento en todas aquellas que se han visto influidas por los temas o los artificios de la autora gallega, como María Victoria Atencia o Carmen Conde (¡¡¡Gracias Nieves Muriel!!!).
En primer término, sería injusto no agradecer al Centro Andaluz de las Letras que en tiempos pandémicos y con todas esas medidas que “garantizan” la salud, pero “comprometen” la experiencia estética, haya ofrecido este reconocimiento a Rosalía de Castro, y además desde el buen hacer y la libertad poética de otra grande, en este caso granaína, como es Ángeles Mora.
Y sin ánimo de ser muy puntillosas, desde el comienzo mismo del acto, pues sigue siendo llamativo que la primera fila fuera reservada para los hombres políticos: delegado de cultura y directores de las bibliotecas, que lo presente un hombre (justificado pues es el Delegado de Cultura, Antonio Granados), que habla en un masculino genérico, que ya sobra, pero que en el contexto del Día de las Escritoras, es inaceptable, y que, siga ausente el agradecimiento a la labor de las escritoras a lo largo de la Humanidad (pensemos en que como demuestra la tesis de Nieves Muriel, la primera escritora fue una mujer, ya en el segundo milenio en Mesopotamia: Enheduanna) y la deuda institucional que tienen aquellas políticas, propuestas y presupuestos, para otorgar el lugar que se merece a las letras escritas por mujeres.
“Unanimidad en los círculos literarios del valor y la gran poeta que es Ángeles Mora”, con lo difícil que es conseguir este acuerdo. Esta es una muy adecuada presentación de la periodista Belén Rico, colaboradora del periódico Granada Hoy, y que acertó recordando el artículo en el que la Asociación Genealogía, denunciaba el incumplimiento de la ley de paridad en los premios de poesía.
Estos premios son importantes para el reconocimientos de mujeres poetas como Ángeles Mora con su famosa Ficciones de una autobiografía. Sin embargo, también nos sorprendió que se pusiera el acento en la integración en el canon masculino (denunciado por Erika Martínez, desde hace tiempo, entre otras, como parte de un evidente «machismo estructural en el mundo de la cultura», y en particular en la carrera de Filología Hispánica, donde el 80% son mujeres, y luego catedráticos el 80% son hombres). Precisamente, cuando Ángeles Mora resalta su libertad, “su personalidad como escritora, su singularidad, el no establecerse en el lugar que se esperaba que se situasen las mujeres” esa “libertad femenina” con la que escribió Rosalía de Castro, a pesar de sus dificultades vitales y sociales, y todos los obstáculos que encontró en el camino del “decir” que no fuera esperado y aprobado como “mujer escritora”.
Lo mismo ocurre con el reconocimiento que le hace Azorín como “un gran poeta” en masculino, para ponerla en valor: «tenía lo que los grandes poetas: emoción y ternura» Afortunadamente ya no es necesario que reconozcan a las mujeres escritoras desde un criterio y con un sesgo patriarcal.
De entre los poemas destacados, y recitados a regañadientes (nunca mejor dicho) tras unas mascarilla sádica y cruel con la retórica de la poeta, vamos a recoger aquí un poema de:
Por supuesto, Ángeles Mora nombró a Rosalía como lo que fue: feminista. “Feminismo social” dice, pues animó a las mujeres a emanciparse. Valiente también pues escribe en gallego a pesar de que estaba mal visto hacerlo y del rechazo castellano que obtuvo. Intrépida al escribir poemas “durísimos”, en palabras de Ángeles Mora, señal de un «romanticismo que abandona toda afectación para centrarse en un subjetivismo puro», como: “La justicia por la mano” (Follas Novas).
Aqués que ten fama de honrados na vila roubáronme tanta brancura que eu tiña, botáronme estrume nas galas dun día, a roupa decote puñéronma en tiras. Nin pedra deixaron, en donde eu vivira; sin lar, sin abrigo, morei nas curtiñas, ó raso cas lebres dormín nas campías; meus fillos… ¡meus anxos!… que tanto eu quería, ¡morreron, morreron, ca fame que tiñan! Quedei deshonrada, murcháronme a vida, fixéronme un leito de toxos e silvas; i en tanto, os raposos de sangue maldita, tranquilos nun leito de rosas dormían. -Salvádeme, ¡ouh, xueces!, berrei… ¡Tolería! De min se mofaron, vendeume a xusticia. -Bon Dios, axudaime, berrei, berrei inda… Tan alto que estaba, bon Dios non me oíra. Entonces cal loba doente ou ferida, dun salto con rabia pillei a fouciña, rondei paseniño… ¡Ne-as herbas sentían! I a lúa escondíase, i a fera dormía cos seus compañeiros en cama mullida. Mireinos con calma, i as mans estendidas, dun golpe, ¡dun soio!, deixeinos sen vida. I ó lado, contenta, senteime das vítimas, tranquila, esperando pola alba do día. I estonces… estonces, cumpreuse a xusticia: eu, neles; i as leises, na man que os ferira. | Aquellos que de honrados tienen fama en la villa, ladrones me robaron, las blancas ropas mías, arrojáronme lodo sobre mis joyas ricas, y de mis otras galas fueron haciendo trizas. Ni una piedra dejaron donde vivido había; sin hogar, sin abrigo, erré por la campiña, al raso con las liebres dormí sobre las briznas y mis hijos, ¡mis ángeles!, que tanto yo quería, ¡murieron porque el hambre les arrancó la vida! Y quedé deshonrada, marchitaron mnis días diéronme triste lecho de abrojos y de espinas… y los zorros en tanto, los de sangre maldita, en su cama de rosas, descansados dormían. -Jueces -grité-, ¡salvadme!, pero vana porfía de mi ruego mofáronse, vendióme la justicia. -¡Ayudadme, Dios mío!-grité, desvanecida. Mas Dios tan alto estaba que oírme no podía. Entonces como loba rabiosa, o mal herida, cogí la hoz acerada, de hoja cortante y fina, rondé en torno despacio… ¡ni las hierbas sentían! Y la luna ocultábase, y la fiera dormía al lado de los suyos, en su cama mullida. Contempléles con calma, y la mano extendida, de un golpe… ¡de uno solo! les arranqué la vida. Y allí al lado, contenta, sentéme de las víctimas esperando serena que amaneciese el día. Y entonces… sólo entonces se cumplió la justicia… Yo, en ellos, y las leyes en mi mano homicida. |
Marina Mayoral, especialista, recuerda como ese 15 de Julio de 1885, antes de la muerte de Rosalía, quiso ver el mar, solicitó que se destruyeran sus textos inéditos, cosa que se hizo, y pidió que le acercaran flores pensamientos y al empezar a olerlos, se sintió asfixiar.
Y también destaca en su labor investigadora el papel y el vínculo con su madre Teresa. Rosalía de Castro fue hija de madre soltera y padre sacerdote en 1852 en Santiago de Compostela,viviendo con la familia del padre, hasta que su madre tuvo la valentía de reconocerla y pudo irse a vivir con ella a los ocho años de edad al pueblo que la vería morir: Padrón. Rosalía siempre agradeció el gesto de valentía que tuvo la madre al enfrentarse al juicio de un pueblo pequeño. Y esto es un acontecimiento “herstórico” que pasa desapercibido, pero que nosotras debemos visibilizar y destacar, pues esa heroica madre, y esa relación, están en la base de la fortaleza y la sensibilidad poética de la autora gallega.
Por último, y muy adecuadamente a la conmemoración del Día de las Escritoras, destaca el ensayo: “Las literatas” (1865) en el que expone el conflicto entre ser escritora y mujer, fingiendo haber encontrado una carta enviada por Nicanora a su amiga Eduarda que quiere ser escritora.
La apostilla final del encuentro la pone el eruditO Andrés Pociña, catedrático y experto en Rosalía de Castro, para recordar, una vez más su influencia en un escritor: Federico García Lorca, que la adoraba. Muy importante, ¡qué duda cabe! hablar de «Seis poemas en gallego», donde uno es “La canción de cuna para Rosalía muerta”, y la posible relación entre el famoso lorquiano: «Si muero, dejad el balcón abierto» con la frase final de Rosalía pidiendo ver el mar desde su ventana de Padrón antes de expirar.