La escuela de canto, Nell Leyshon

Los temas sobre los que gira la última novela de Nell Leyshon, “La escuela de canto”, podrían ser: música, la sensación al cantar, belleza, esa voz analfabeta y propia de la zona, y el feminismo: “La sangre es un río en mis muslos. Es el cuerpo de una mujer. Soy un paisaje, un mundo. Y sé que dentro de mi tajo hay todavía más: hay otro mundo, un mundo escondido” (p. 204).

Ambientada en un pueblo de Inglaterra de 1573, esta es la historia de una niña granjera que creciendo en un entorno rural de violencia, pobreza y supervivencia, descubre el canto. “tengo una sensación / tengo una sensación como si el verano el otoño el invierno llegaran a la vez / tengo una sensación como si nada fuera a ser igual” (p. 38). Esa belleza descubierta se va presentar como el primer motor, es decir, como el impulso que necesita la protagonista que, como recoge el libro, no sabe escribir ni leer. Gracias a esa “sensación” ya no podrá volver a su vida miserable, ni siquiera para estar con su hermana Agnes recién nacida.

El contexto desde luego se lo pone fácil para la huida con un padre que no puede moverse, un hermano maltratador y una madre desbordada que ha perdido todo sentido del amor y de la empatía. Solo que hay una pequeña dificultad. Ella es una ella, es decir, no es un chico, que es lo que admiten en La escuela de canto de la iglesia. Pero como ya hemos visto en otras historias eso tiene fácil solución, al menos durante un tiempo: pelo cortado, ropas anchas y pechos comprimidos por una tela ajustada. “y pienso sí soy una chica pero no voy a llorar porque mis brazos y piernas son fuertes y mi cabeza también es fuerte y es entonces cuando siento la cosa dentro de mí la cosa nueva que está cambiando / y que es como una ceniza que alguien ha plantado” (p. 60).

Porque mientras que la enseñan a leer y escribir, ella va creciendo y sólo tiene sus referentes panteístas de la naturaleza en la que vivía. Ahora que no imagines un paisaje bucólico estilo pastorcillos de Garcilaso. Nada más lejos de lo que describe, con todo lujo de detalles sensoriales, especialmente olfativos. “hay mierda de caballo mierda de vaca mierda de oveja (…) bebé agnes tu caca es amarilla porque lo único que comes tú es leche de teta y yo nunca había visto tanta mierda como hay aquí (…) él hizo toda esa mierda también en los siete días esos imagina te que puedes hacer todo lo que quieras y eliges hacer mierda” (p. 31).

Esta forma de escritura es un desafío al comienzo. Silvia, una de las lectoras de la Hora de Té&Libros pensaba que es muy “moderna”, como una decisión provocativa. Pero cuando te acostumbras, lo que pasa en las primeras páginas, aplaudes esta voz. Evolucionas con el personaje a medida que su forma de hablar, es decir, la escritura que tú lees, se va transformando. Podría decir que a medida que va atravesando campos de batalla. Porque aunque la cocinera aliada le aconseje que cante como ella sabe y así el mundo cuidará de ella, esa certeza no existe, ni la tiene la cocinera ni la puede tener la protagonista.

Como dijo Mercedes, otra lectora, “la vida era breve, violenta y brutal”. “gritan los dos porque no saben hablar sin encender fuegos y todas sus palabras son leña y yo en medio” (p. 23). Lo curioso es que cuando sale de la granja no se encuentra un ambiente menos violento porque no haya gritos. Es otra forma de violencia, más sutil, pero opresora en cualquier caso. Aunque ya no le importa, o a nosotras que leemos su historia nos importa menos, porque está aprendiendo a cantar. La música es magia, no sólo mágica. “Cuando terminamos por primera vez olvido que vine aquí obligada / Por primera vez estoy perdida pero no quiero que nadie encuéntreme” (p. 177).