¡Programadores del mundo, uníos!

Un fantasma recorre Europa, el de la resistencia creativa, el de la expresividad y la katarsis a través del teatro. La buena compañía inicia una nueva revolución simbólica con su obra de títeres Molotov. ¡Programadores del mundo, uníos! ¡Programadores del mundo, levantaos! No permitáis que la mezquindad seque el ingenio, la crítica y acabe con el teatro. En esta obra que fuimos a ver ayer al Teatro de Armilla, la dramaturgia funciona, la escenografía excede con mucho el recurrente “sofá con lámpara” de los últimos y precarios tiempos, y los personajes son complejos, evolucionan, siguen referentes inteligentes y cultos como el títere Polichinela o la Commedia dell’arte ¿Quién se va a atrever a justificar que no programa Molotov por la baja calidad artística? Sólo mostrará su ignorancia.

Basado en hechos reales, cuando los titiriteros de la compañía “Títeres desde abajo” fueron encerrados injustamente en Madrid, La buena compañía construye una ficción en la que te vas a reír y luego te vas a cuestionar por qué te has reído. Como dice mi madre: “si no fuera dramático, sería ridículo”. Uno de los aspectos geniales de Molotov es que devuelve al teatro lo que es del teatro. Al margen de la denuncia política, social y de las últimas cancelaciones o censuras, la obra recrea en la ficción el espejo negro que hace falta. La palabra es una fuerza indócil y ante la creciente represión no queda otra sino la resistencia. A ser posible colectiva y, en este caso, desde las artes escénicas.

Como señaló Alfonso, de Títeres desde abajo, en el coloquio posterior, lo trágico tanto de su caso como de esta obra es que ni siquiera es tan grave lo que aparece dentro de la narración. Esto quiere decir que ni siquiera puede ampararse el inminente acusador en que hay un desmembramiento de un bebé o cualquiera de las estupideces a las que nos tienen acostumbradas. Lo que pasa es que cuestiona el orden establecido, problematiza la jerarquía opresora y señala con el dedo corazón los esperpentos que van ganando poder mientras que la ciudadanía pierde derechos progresivamente.

En este sentido, garantizar el acceso a la cultura es una de las obligaciones de las instituciones culturales que parecen olvidar que en este pack está incluida la crítica frontal, los pasajes tristes o demoledores, así como la caricaturización de todas las clases, la política y la judicial también.

Es triste tener que volver a abrir el surco de la libertad de expresión para poder lanzar la semilla de la creatividad y que germine una sociedad justa y en paz. Pero quedarnos en la queja y en la creación de un hashtag no va a transformar la realidad actual. Hacen falta muchas más Molotov que hagan temblar a esas “futurísimas” cuyo “futuro es el pasado”, frase tremenda de uno de los personajes del parlamento ubuense (léase parlamento como esa institución supuestamente democrática aunque también como un diálogo de besugos en este caso).

Por mi parte, animo a dar cabida y espacio a esta obra en sus lugares a todos los programadores y también a las direcciones de los centros educativos y al profesorado que tan escandalizado está porque su alumnado no recuerda nada del siglo XX. Mi hijo de 11 años comentó que le hacía mucha gracia lo que decían los personajes, aunque no conocía bien a los políticos, pero que cuando pensaba que había sido verdad, le entristecía. Nuestra inacción es la responsable, nuestra minoría de edad culpable, por seguir mirando a otro lado, está haciendo cada vez más probable que vuelva esa mezquindad e infamia, que se basa en las formas de la cultura para oprimir, capa a capa hasta empantanar toda la sociedad.

¡Viva el teatro que sacude, remueve y recarga de energía a quien asiste!

¡Viva el teatro comprometido y excelso!

¡Viva el teatro de títeres que dice verdades!

¡¡¡Viva el teatro!!!

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