Comienza el año y puede que sientas conmigo y con Dolores Medio la mirada del pez que sigue flotando en el acuario. Ese ojo que, incluso vivo, parece muerto y que ve más allá de tus palabras y del personaje que vendes a diario a tu comunidad. Esa es la sensación que permanece en la lectura de esta novela publicada en 1959 que ahora recupera amarillo editora. Mientras que los personajes van dialogando entre ellos como vecinos de un mismo edificio, les podemos escuchar los pensamientos con una estrategia tipográfica, a saber, la autora coloca entre paréntesis algunas de sus voces interiores.
Esta semana comentando en el club de lectura de novela española de mediados de siglo XX de la librería El asterisco estábamos de acuerdo en que se le podía criticar a la autora la falta de profundidad en sus protagonistas, a pesar de tantas capas. Porque está lo que dicen, lo que piensan pero también en cursiva lo que una voz narradora omnipresente sabe de ellos. Y, sin embargo, no conseguimos representarnos sus vidas. Nos aparecen más como fantasmas que habitan los sueños y pesadillas de Dolores Medio. Son voces que la atormentan y que habitan la frustración, la decepción y la amargura.
Analizándolo en paralelo a Tea Rooms, de Luisa Carnés, Dani, librero, observaba que mientras esta autora utilizaba la estrategia de Tolstoi, Dolores Medio parecía seguir los pasos de Dostoyevski. Aquí las vecinas y vecinos se definen por sus diferencias: casadas o solteras, hijas o madres, vendedores o vendidos. La cuestión es que todas habitan la precariedad y el fracaso. Una cotidianidad pegajosa que provoca hartazgo tanto a los personajes como a las lectoras.
Y sin embargo, he encontrado pasajes geniales. Como cuando Veva Mrtínez en la página 49 se recrea mordiendo una manzana como si estuviera en el mismo juicio de Paris, mientras reflexiona sobre su triste existencia y la condición femenina en el franquismo. Cansada de su soledad y buscando a un hombre (rey de oros) mientras que recuerda esa virgen rota, “sin dardo, ni caricias” que recitaba en un solo verso. Una imagen bellísima del deseo femenino libre de una tal Adelaida, menuda, pero que se crecía al recitar.
Y es que hay otras escenas, que siendo claramente feministas y transgresoras, parecen buscar la aprobación de la censura o burlarse cínicamente de lo que le rodeaba a esta maestra asturiana que tuvo que exiliarse a Madrid para no ser represaliada. Logró vivir de lo que escribía aunque fuera desterrada de la fama tras ganar el Nadal, como otras, pero quizás para ello tuvo que ceder vendiendo personajes tanto de mujeres como de hombres que respondían al modelo patriarcal vigente y promovido por la dictadura.
Por último, sólo me queda añadir que este ha sido uno de esos libros que, sin maravillarse especialmente, ha tenido un par de frases de esas que llegan justo en el momento. Y nunca sabes si es porque necesitabas leerlo o si existe la mística del libro y del texto, es decir, que buscan la circunstancia para dejarse ver y leer y así, afectar y transformar las vidas humanas. A mí me gusta pensar, sentir y tener fe en que exista este deseo textual. En fin, las frases que me han llevado a abandonar mi condición de autónoma y apostar por un proyecto profesional sólido en otro sentido han sido la de la página 107: “Usted es solo una máquina de escribir, señorita Marta” y la de la página 64: “sólo de esa manera podrá tener la libertad de acción y buscar otro trabajo más cómodo y lucrativo”.
Ambas me han invitado a empezar el 2024 liberándome de cargas, soltando algo de lo innecesario que adorna y aplasta a la vez nuestras vidas, para poder conectar con el deseo y la autenticidad. Son palabras abstractas, lo sé, pero este no es un diario y lo íntimo no debería ser público más que en la ficción y en las biografías. Una cosa más, ya sí que de verdad que es lo último, por si te lo estabas preguntando como yo. Todos los libros de esta editorial llevan el título en minúscula. No es porque el pez sigue flotando sea un ser menor, insignificante e invisible para la maquinaria de la producción. ¿O sí?