“Mientras agonizo” o el viaje de la madre

TítuloMientras agonizo
AutoríaWilliam Faulkner
TraducciónJesús Zulaika
EditorialAnagrama
Fecha publicación2000 (Original 1930)
Páginas239
ISBN9788433902696

Un texto duro, tanto porque quien lo lee tiene que pasar por 15 narradores, alejados de voces contemporáneas, como por las frases y experiencias aniquiladoras que te va a mostrar Faulkner. Y, a pesar de todo, una delicia y excelente composición literaria. De hecho, una de las ventajas de las novelas es poder entrar en cabezas ajenas y cuanto más diferentes, tanto más estimulante la experiencia.

En el club de lectura de Ubú libros, una de las frases más repetidas fue que eran personajes ajenos, sin referencias que sirvieran de anclaje para la acción narrativa (poca) de tiempo y lugar. Y lo cierto es que si tuviera que responder a esa odiosa pregunta (“Este libro… ¿de qué va?”) respondería algo muy injusto del tipo: “una familia de granjeros del sur de los EEUU a principios de siglo lleva el ataúd de su madre muerta para ser enterrado en un pueblo lejano y cumplir así su última voluntad”. Personalmente, una historia nada atractiva. Por razones como esta, es tan repugnante inquirir así a los libros.

Si pudieras dar otra vuelta a la espiral y tener paciencia, abandonarte a la deriva con esa familia y no pretender controlar lo que está pasando en la historia, siento que te llegaría un viaje épico que podría ser considerado una revisión y actualización de la Odisea, de Homero. De hecho, “se dice”, “se comenta” que el título está inspirado en el Canto XI, pues esa frase es pronunciada tal cual por Agamenón cuando le cuenta a Ulises en el Hades cómo ha sido asesinado por el amante de su mujer y lo que ha pasado “mientras agoniza” (Título original: As I Lay Dying).

Esta reseña podría ser más académica y hablar de cada uno de los personajes, o de los tópicos que se tocan, como la locura, la pobreza, el orgullo o los white trash. Sin embargo, optaré por transcribir pasajes porque me parece vil y traidor por mi parte, interpretar y traducir a William Faulkner. O acaso… ¿no os acordáis de la película “Amanece que no es poco”?

«Amanece que no es poco», de Jose Luis Cuerda. Devotos de Faulkner

Cora es una de las vecinas y ya desde las primeras páginas se posiciona juzgando la muerte de la protagonista sin voz, salvo muerta, que es Addie Bundren, la madre. Cora se siente apegada a su familia y se imagina un lecho de muerte, una “hora postrera” distinta a la de Addie, “que se está muriendo sola, ocultando su orgullo y su corazón roto. Y contenta de irse” (p. 31). Porque son muchos los secretos que no voy a desvelar para que podáis sentir el desasosiego y la desorientación al leer la obra, pero que sí merece la pena reseñar como vas a irlos descubriendo a medida que el punto de vista subjetivo se desplace entre vecinos y amigos ajenos al pacto de unión de la familia Bundren.

Ya sabéis que un libro es como el río de Heráclito, sí, ese en el que nunca te bañabas dos veces porque se movían sus aguas y elementos y además, tú nunca eras la misma que antes o que en otro lugar. Mutatis mutandis, puedo vislumbrar como leer “Mientras agonizo” es una experiencia única en cada circunstancia. Estoy convencida de que en otro momento habría destacado “el problema del que se tiene que librar” Dewey Dell. Sin embargo, la mía ahora está muy conectada con la experiencia de una madre enferma, incluso bordeando o peligrosamente cerca en algún momento de la muerte.

“Mi madre es un pez” (p.82, Vardaman)

“Hacen falta dos personas para hacerte y una sola para morir. Así es como va a acabar el mundo” (p. 44, Darl)

Por tanto, escuchar a Addie muerta en el capitulazo central es, con diferencia, lo mejor de la novela. Especialmente cuando comunica su percepción de la maternidad como fin y renuncia a una vida libre e intelectual:

“Fue entonces cuando aprendí que las palabras no sirven para nada; que las palabras no se ajustan nunca a lo que tratan de decir” (p. 160, Addie)

“Habíamos tenido que usarnos unos a otros mediante palabras que eran como arañas que se cuelgan por la boca de las vigas” (p. 160, Addie)

No sé tú, pero yo en esta metáfora estaba escuchando a Nietzsche y a su “minuto más altanero y falaz” y a su “edificio de telarañas” (conceptos de la razón o científicos de “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, 1873). Lejos está de mi intención, ponerme gafas, pero sí que quiero destacar que en la misma época se produjeron obras y ensayos propios de una generación (gracias, nada nuevo en el horizonte) pero, sobre todo, diversas formas de mirar el mundo. Y vuelvo a la necesidad de nombrar el mundo desde el orden de la madre y promover la muerte simbólica del patriarcado. Pero esa … es otra historia. O quizás no lo sea tanto.

Hablando de padres. Cualquiera podría juzgar a Anse Bundren como un loco mezquino y despreciable (ver descripción de la página 169 que alude a su “expresión como de madera en la cara”). Desde luego no le quiero en mi vida. Pero ese personaje representa y simboliza una resignación, vinculada al catolicismo, paralizante y egoísta que bien podría valer como puente entre ese Southern infame y la Andalucía profunda de hace unas décadas.

“El camino. (…) El Señor puso los caminos para viajar (…), cuando quiere que algo esté quieto, en su sitio, lo hace de arriba a abajo, como un árbol o un hombre (…) ¿Qué es lo que está en su sitio antes, el camino o la casa? (p. 40, Anse)

¿Diría que esta familia sufre, que sus personajes sufren? Si me pasara a mí lo que les pasa a ellxs, me aniquilaría probablemente. Pero ellxs manifiestan su pragmatismo y su fe ciega.

“Yo soy un elegido del Señor, porque Él castiga a los que ama” (p. 104, Anse)

Si no aceptas lo que te viene, entonces entras en el territorio de la locura, en el que se va introduciendo progresivamente el excombatiente Darl, que es el antagonista de Cash definido por sus herramientas, su trabajo como carpintero y su martirio tras el río. En esta escena son los ojos de Darl los que miran:

“-Con tal de que consiga aliviarte -dice Padre-. Te pido perdón. No pude preverlo; ni tú tampoco.

-Me está haciendo bien -dice Cash.

Si uno pudiera deshacerse en el tiempo. Sería estupendo. Sería estupendo poder deshacerse en el tiempo” (p. 193, Darl)

“No estoy seguro de que alguien tenga derecho a decir quién está loco y quién no” (p.215, Cash).

Solo me queda por decirte que una de las locuras que algún día cometeré será leer esta obra en inglés porque me da una rabia enorme haberme perdido la belleza original, intuida en la traducción, que también recoge el estilo poético de William Faulkner, especialmente en el párrafo sobre el “teatro del mundo” de la página 75 que casi parece una orquesta entre el ritmo constante de la sierra de Cash y el abanico de Dewey Dell. Transcribo aquí un pasaje más corto:

“Como si hubiéramos alcanzado el lugar donde el movimiento del mundo devastado acelerase justo antes del precipicio” (p.136, Darl)