Sed de amor o “El evangelio” de Elisa Victoria

Foto by Patricia López
TítuloEl Evangelio
AutoríaElisa Victoria
EditorialBlackie Books
Fecha publicación2021
Páginas300
ISBN9788418187803

“La idea de tener libros en un centro educativo para prohibirlos me da ganas de pegarme con un destornillador en la sien” (p. 220)

Con Elisa Victoria me cuesta, me mata, redactar una reseña porque subrayaría y destacaría el libro entero. Las esquinas del papel rosa de la magnífica edición de Blackie Books, dan fe. Sin embargo, en ocasiones veo claro un tema en un libro que me deslumbra. Por supuesto, en la vida me atrevería a decir que ese es EL tema del artefacto libro en cuestión. Tan solo es el eje transversal sobre el que tejo el resto de hilos de la historia.

En “El evangelio” de Elisa Victoria es la SED. De sincero y profundo amor por la infancia por parte de Lali, en algo que podrías llamar “vocación docente”:

“Es curiosa la forma en que casi todos odiaban estar allí. (…) se acercaban a los niños solo por obligación si había algún altercado. Yo los adoraba, a todos”

“Te respetan más cuando sienten que te preocupas por conocer cómo son y brindarles un bienestar personalizado, cuando sienten que tú los quieres. (…) Hay que tener la flexibilidad para aprender a hablar cada uno de esos lenguajes, no empeñarse en que todos los niños acaben hablando el tuyo, porque el tuyo tampoco es universal por mucho que se ciña a un currículum escolar” (p.18)

Página de «Enseñar a transgredir» de Bell Hooks

O de creer en un Dios todopoderoso, como las monjas del centro al que es destinada la protagonista, sin haberlo elegido, para hacer las prácticas de magisterio. Sed de agua que podría saciar el pozo o un buen milagro a tiempo.

“Si tienes que morir te mueres pero no con sed, eso no. (…) tuvo lugar un milagro. Del suelo brotó agua” (p. 197)

La segunda cuestión es “de forma”: el ritmo, tanto en el estilo o velocidad de lo narrado, como en las emociones, pues esta tragicomedia demuestra como la autora mueve los hilos de nuestros sentimientos a su gusto, pasando de un humor delirante a una inmensa y honda tristeza. Aún no he decidido si la parte del “cómic” (muchas comillas aquí) de “Cuaresma y Metanoia” me da risa, me da ganas de llorar o de cometer actos ilegales, un poco como a Lali:

“No puedo más. Es demasiado dolor. Si seguimos me voy a romper o me voy a volver loca o las dos cosas” (p. 243).

Pasajes de devenir choni como la escena del meado en el cumpleaños del Telepizza, que han sacado carcajadas a esta mujer a la que le cuesta, cada vez más, reírse de algo:

“El producto es un limpiador desinfectante en spray que usamos para todo y lo llamamos así, producto, cosa que siempre me ha gustado. Gritar producto desde el interior de una de las plantas superiores del castillo ha resultado satisfactorio” (p.133)

Sin embargo, cuando te crees que estás en un libro de humor y cachondeo es cuando llegan los zascas de desilusión, desesperanza y como expresa Lali, de “hervor”:

“Cuánto falta, cuándo llega el punto en que deja de quemar la vida” (p. 36)

Porque la reflexión filosófica, accesible -¡Gracias!- también atraviesa el texto, la pregunta por el sentido de la vida, mientras que critica el sistema educativo como estructura, especialmente en la etapa infantil y primaria.

“Me da ganas de echarme a llorar yo también. Por qué estos niños tan pequeños aquí, por qué tan temprano. (…) Por qué se hacen así las cosas, con tanta torpeza, arrastrando tanto malestar. (…) Estoy sola con ellos, nos conocemos hace cinco minutos y ya estoy a su cargo con el corazón rajado. (…) Es lo que anhelamos todos. Que alguien se interese por conocernos, no haber venido a este mundo para vagar en perpetua incertidumbre, sin que a nadie le importe” (p. 65)

El elemento del POZO juega un papel simbólico crucial. Un abismo oscuro y atractivo simultáneamente, como esas pasiones sexuales, que sacia la sed si rescatas el agua que cobija. Un centro hueco que orienta el espacio pero también las relaciones en el colegio. Todo lo que no ha cortado Elisa Victoria para no alargar la novela y que, como nos señaló Andrés Neuman cuando vino a hablarnos de “Fractura” a la Hora de Té&Libros, confirma que “cada hueco es una provocación erótica”, es decir, algo que estimula el deseo.

Para una atea vallekana como yo es difícil tomar distancia cuando de educación católica se trata. Máxime con la claridad, que agradezco infinitamente, con la que se denuncia que excepto un grupo editorial, todas las empresas que redactan los contenidos de los libros de textos, también ojo, en las escuelas públicas, están vinculados o directamente financiados, por la iglesia o por alguna de sus extensas ramas.

“- Anaya es de La Salle.

(…)

Bruño también, son lo mismo.

(…)

SM significa Santa María, ¿a que no lo sabías?

(…)

Edebé.

Ediciones Don Bosco.

Anda, ¿en serio?

Sí, es de los Salesianos.

¿Y Edelevives?

De los Maristas

(…) aquí llegan a acuerdos más significativos (…)

¿Significativos que significa, económicos?

Claro. (p. 117-118)

Si ya se hace cuesta arriba hablar de coeducación y despertar sexual en la infancia en colegios “progres”, en estos centros donde son monjas las “tutoras” de los pekes, debe parecerse a dormir en un colchón de un faquir. Bendita imagen de esa niña encontrando la manera de satisfacer su deseo, de concederse placer en una vida de mierda y expresar de manera tan genuina y auténtica su libertad femenina. Que ni la entienden vaya, ya ni siquiera estamos en el juicio, es que la monja en cuestión no sabe ni lo que está pasando cuando la ve restregándose con la pata de la mesa.

Sesión de la Hora de Té&Libros de 5 de junio de 2021

Pero es que como dice Elisa Victoria, la sexualidad y el cuerpo en todos sus momentos, sin elipsis ni censuras, son clave para construir al personaje. Además de esta cuestión, insistiré en lo agradecida que vuelvo a estarla por nombrarnos enteras y no sutiles existencias referenciadas por señoros. Para muchas la sexualidad ha sido un camino de decepciones y mitos caídos.

“No tenía problemas para masturbarme sola, me gustaba el porno, (…) era limpia, amable, pensaba que iba a ser bienvenida al mundo de la actividad sexual” (p. 90)

Pero esos chicos que “que no parecían malos”, resultaron ser “críticos, tan ingratos” y “mi coño, el epicentro del conjunto, se llevó la peor parte, la más dura, la más cruel” (p. 90). Y nos han conducido demasiadas veces por experiencias que cada día rezo para que no pase mi hija:

“Fingir que me gusta cómo lo manejan incluso cuando me están haciendo daño. Me fijo en otras cosas. Son experiencias casi antropológicas para mí”. (…) Qué decepción tan grande el sexo” (p. 90).

La escatología, que os dejamos descubrir en la lectura porque aquí sería una reducción obscena, brilla en esta obra de arte, como ya lo hizo en “Voz de vieja”. Solo una:

“Aguantarse el gas en público es una de las mayores maldiciones de tener una agenda agitada” (p. 153).

AMÉN

Otro temón por el que tengo que pasar aunque sea de puntillas, porque este me daría a mí para un seminario de un año, es el asunto de la precariedad -vaya explotación- laboral. Las clases sociales son estructuras que condicionan -en algunos casos cuesta no decir la palabra “determinan”- la existencia de las criaturas.

“No quiero tener miedo de ser pobre. No da tanto miedo ser pobre como la forma en que la gente trata a los pobres” (p. 127)

“¿Cómo hubiera sido yo de aparecer en otro lugar?” (p. 268)

Para contar cómo es la experiencia de transitar un libro de Elisa Victoria usaré su siniestra y genial imagen, la de Lali viéndose reflejada y distorsionada en múltiples espejos y convocada al mirarse al fondo de sus negras pupilas. No os dejéis engañar por los laterales rosas (genial guiño por cierto) porque es un libro duro y que a mí me ha dejado chafada con frases con las que me he sentido tan identificada como esta:

“La mirada de odio me ha crecido sólida a juego con las caderas” (p. 36)

Madi

Menos mal que en la vida, que entre nuestras relaciones personales, están los perretes, como este Goro que es llamado Bobo:

“La conexión en mi casa es muy frágil, la única comunicación intensa la mantengo con el perro” (p. 201)

“Nadie podrá quitarme el inmenso regocijo de haber sentido el amor de este perro” (p.45).