“Toda teorización es una huida” o “Bajo la red”, de Iris Murdoch

Iris Murdoch
TítuloBajo la red
AutoríaIris Murdoch
EditorialImpedimenta
Fecha publicación2018
Páginas345
ISBN9788417115890
TraductoresJavier Alfaya y Barbara McShone
Datos Técnicos

Empiezo por la dedicatoria que no había mirado hasta que, en el club de Ubú Libros, Marian Recuerda, la librera y mujer sabia, nos ha señalado a Raymond Queneau. Próximamente, habrá un croosover gafas que podréis leer. Sin embargo, el tema principal lo traigo ahora porque desde que leí el año pasado ya, “La Odisea” de Blackie Books y vengo trabajando conceptos en sus Conversaciones Permanentes, la idea del viaje del héroe es recurrente y acontece en cada texto que leo. Parece que vuelvo a estar embarazada y veo a todas las mujeres embarazadas. Ayuda que hable de Polifemo o de Circe. Pero mirad, si sois de los que os habéis sentido desorientados con ¿qué quiere el protagonista?, desde el principio Jack Donaghue confiesa su motivación y queda enmarcada hacia el final del libro:

“Lo seguí lentamente intentando aclararme quién era yo. (…) Dedicarme a esa especie de reflexión ensoñadora estéril es lo que más me gusta en el mundo” (p. 15)

«El rechazo de la realidad [dinero] es el único crimen. Era un soñador, un criminal» (p. 247)

«Sentí a mi alrededor la presión segura y sustentadora de mi propia vida. Andrajosa, sin gloria y aparentemente sin sentido, pero mía» (p.341)

Incluso me atrevería a llamarlo un antisistema, y no por cómo es definido, como perezoso, con talento, pero incapaz de trabajar, con ideología de izquierdas pero sin militar en ningún partido. No. Su postura es radikal, con K. Él sabe el lugar que okupa en el mundo y dónde situar al resto de personajes con los que se va cruzando. Sus principios morales son kantianos, rigurosos y que nos revuelven, es decir, comprometen a ese capitalismo salvaje que se nos ha metido en vena. ¿Quiénes habéis sufrido leyendo cómo daba dinero a quién se lo pedía sin saber dónde podría dormir esa noche? Pero es que no concibe, o sea, es inconcebible para él, negar el dinero a alguien que se lo pide teniéndolo en su bolsillo. Muy razonable pienso yo.

Otros temas transversales -me encantan las palabras que se ponen de moda- que han captado mi atención son: el lenguaje y sus paradojas, la posibilidad de escribir, la traducción y el amor. Hacía tiempo que no me reía a mandíbula batiente con un libro “gafas”. Que se metan con el gremio, los filósofos, siempre es una buena razón.

Sobre el arte de escribir y el de traducir hay muchas citas, muy sesudas y que pasan desapercibidas entre tanto humor y buena composición del ritmo y del texto. Solo os voy a poder una de cada para que, si no lo habéis leído aún, tengáis la magnífica experiencia de saborearlas en su lugar:

«Comenzar una novela es como abrir la puerta a un paisaje neblinoso; ves muy poco, pero hueles la tierra y sientes el soplo del viento» (p. 335)

«Perversamente, me gusta traducir; es como abrir la boca y oír cómo sale la voz de otro» (p.29)

Debo admitir, no obstante, que tras las primeras 140 páginas sentía una sensación de hartazgo y, a falta de un bar cercano como haría el protagonista, me quedé contemplando el artefacto-libro y hojeando las páginas de “El fuego y el sol. Por qué Platón desterró a los artistas”, de la misma autora, con un deseo de mirar dentro de su cabeza pero desde otro ángulo. Incluso vi la película Iris, biotopic que solo se salva por las actrices Kate Winslet y Judi Dench.

El azar, el destino o la confabulación de las libreras, hizo que la sesión del club se demorara unos días, con lo cual me volví a zambullir, esta vez con un renovado espíritu. Mimetizada ahora con este nihilista protagonista, con ansias de volver a Londres y escuchando esas voces de doblaje antinaturales, cada vez que dialogaban las féminas Anna o Sadie. Seguro que llevaban las cejas depiladas al estilo de Marlene Dietrich en “Testigo de cargo”.

Ahora que, si algo despierta “Bajo la red” en mí, o debería decir Iris Murdoch, porque algo parecido me pasó con “El unicornio”, es la más absoluta envidia. Quisiera tener esa capacidad para vivir, deambular, dejarse a la deriva, sin precipitarse por el abismo, y luego rumiar y saborear de manera reflexiva cada acontecimiento. Una mirada dislocada, con extrañamiento, aguda e ingeniosa. Fan. ¿Qué queréis que os diga, si hay que ponerse “gafas” que sea a lo Iris Murdoch?

“Tal vez, en determinados momentos, se deba dejar de pensar” (p.28)

Pero es que lo que más me está cautivando a medida que leo libros de ella es que el punto de partida es el cuerpo. En el club me ha salido compararlo con la película “Donnie Darko”, cuando se ve cómo sale un gusano líquido de su plexo solar que le proyecta hacia un plano de realidad futuro que aún no ha ocurrido y que bien puedes llamar su “deseo”. En el caso de Iris Murdoch, un deseo sexual y una práctica sexual con quien honraba intelectualmente, lo cual es pura fantasía para mí. Al estilo de Merlau-Ponty, la realidad se articula con el lenguaje porque no hay una experiencia pura, sino una fenomenología de la percepción. ¡Qué crack cuando le suelta el zasca al “el ser es un ser percibido” de Berkeley:

“Hay algo de cautivador en el sonido de una fuente en un lugar desierto. (…) Es como escuchar un sonido inaudible. Una suave refutación de Berkeley” (p.253).

Ser famosa para el canon académico por haber estudiado con Wittgenstein le otorga un brillo genuino a su humor cuando se ríe de la condición de los filósofos, lo cual he disfrutado muchísimo. Su amigo Dave nunca saldrá de pobre y además no es de fiar porque estudia la Verdad en Hegel. Sócrates debía sufrir mucho en los diálogos, como se siente leyendo uno de los textos. Y se imagina a Kant asomándose a la ventana del nihilismo y rehusando la mirada pues al fin y al cabo, el “kantoso” dijo que podría conocer el mundo sin salir de su habitación. Para ego el de algunos filósofos, eso no es discutible.

Sin embargo, es delicioso y un absoluto acierto -más si piensas que es su debut como novelista publicado en 1954- que combine la narración de hechos cotidianos como pasear al perro o tomar un café, con reflexiones profundas, de filosofía del lenguaje o existencialistas. Aquí ya puedo mencionar el pasaje en el que Iris Murdoch deja claro el motivo del título. Lo transcribo porque no le falta ni le sobra un significante, ni mucho menos un significado:

“Toda teorización es una huida. Debe dirigirnos la situación en sí, y eso es inexplicablemente concreto. Desde luego es algo a lo que nunca podemos acercarnos bastante, por mucho que intentemos, por así decirlo, meternos bajo la red” (p.112).

Dedicaría un seminario de un año a este párrafo, «por así decirlo».

Violentar al lenguaje es lo que me llevé de la sabiduría de Foucault en la carrera. “Los límites de mi pensamiento son los límites de mi lenguaje”, decía Wittgenstein, y no puedo estar más en desacuerdo. Bendito cuerpo, bendita simbiosis alejada de dialécticas y dualismo. Sagrado como el espacio detrás de la barra donde una oráculo o mentor, la señora Tinckham, guarda la singularidad de unos gatitos en un desenlace perfecto.

De los mejores descubrimientos que he vivido en un club de lectura ha sido el de hoy. Marian ha sabido ver la coincidencia de los nombres de los personajes de “Bajo la red”, el protagonista Jake y su sombra Finn, con los delirantes dibujos de Hora de aventuras. Si los guionistas se han inspirado en Murdoch para crear a sus personajes, hay una esperanza para la humanidad. Y si no, es una deliciosa casualidad.

Como conclusión, me remitiré a las palabras que llevo escuchando toda la vida de mi madre: “si no puedes mejorar el silencio, cállate”. Los seres humanos, especialmente los filósofos del lenguaje, muestran una gran confianza en las palabras, en su potencia comunicadora.

“Cualquier frase puede manifestar una falsedad. Pero las palabras en sí no mienten” (p. 111).

“Para la mayoría de nosotros, para casi todos nosotros, se puede llegar a la verdad, si acaso, solo mediante el silencio” (p.113).

Y todos habréis tenido experiencias que demuestran los contrario: el diálogo está en un nivel y en otro lo que sientes, tus emociones o deseos. Puedes llegar a pensar que la “verdad” de un enunciado tiene que ver con la coherencia o el equilibrio entre ambos polos de esta tensión dialéctica. Algo así buscaban Hegel y sus seguidores. Sinceramente, con Jake, me inclino a la observación, desde el cuerpo, del singular, que no puede ser aprehendido ni apresado por un sujeto.

“No sé por qué es así -dije-. Es simplemente una de las maravillas del mundo” (p. 345).